Investigaciones en procesos psicoanalíticos
Teoría y método: secuencias narrativas
David Maldavsky, O. Bodni, I. Cusien, C. Roitman, E. Tamburi, E. Tarrab, C.
Tate de Stanley, M. Truscello de Manson
Nueva Visión, Buenos Aires, 2001.
Capítulo 1 - Bases teóricas
Introducción
Este capítulo ofrece el marco teórico general en que se inserta el libro.
Comenzamos destacando el valor de un enfoque, consistente en considerar al
lenguaje como expresión de la erogeneidad y la defensa, desde el punto de vista
teórico y clínico. Tras señalar la importancia de los intercambios entre
psicoanalistas en el desarrollo de una metodología de investigación específica,
nos dedicamos a realizar sendos repertorios: por un lado, de las erogeneidades;
por otro lado, de los niveles en que estas se expresan en el discurso: redes de
palabras, estructuras-frase, secuencias narrativas. En el apartado siguiente nos
referimos más específicamente a un programa lexicométrico que nos ayuda a
detectar las redes de palabras que en un discurso concreto expresan determinada
erogeneidad, pero sobre todo estudiamos como esta se expresa en el nivel de las
secuencias narrativas y las estructuras-frase. También prestamos atención a
cuestiones metodológicas ligadas a la toma de decisión sobre cuál lenguaje del
erotismo es el dominante, si varios de ellos (como es la norma) coexisten en un
mismo discurso. Tras dar algunos ejemplos, pasamos a estudiar el lenguaje como
expresión de la defensa, en los diferentes niveles de análisis: redes de
palabras, estructuras-frase, secuencias narrativas. El capítulo cierra con un
ejemplo y una breve referencia que hace de pasaje a los estudios clínicos
contenidos en los cuatro siguientes.
El lenguaje como expresión de la erogeneidad y la defensa
Uno de los aportes centrales del psicoanálisis freudiano ha sido la propuesta de
considerar a las manifestaciones, clínicas o de otro tipo, como expresión (a
menudo tamizada y desfigurada) de una erogeneidad. Los trabajos de Freud y sus
colaboradores al respecto fueron numerosos, a los cuales se agregaron los
estudios referidos al modo en que las defensas, tomadas como destinos de
pulsión, dejaban la impronta en dichas manifestaciones, algunas de las cuales se
configuraban como síntomas. Otra línea de los intereses freudianos consistió en
establecer nexos entre las mociones sexuales y el mundo de las otras pulsiones,
sobre todo la de muerte, aunque también la de autoconservación.
Respecto de las manifestaciones clínicas Freud sostuvo que existe un ordenador
general: el conflicto entre los complejos de Edipo (positivo y/o negativo) y de
castración. En torno de este eje conflictivo se distribuyen soluciones más o
menos costosas para la vida anímica, las cuales derivan de las fijaciones
(yoicas y sobre todo pulsionales) y de las defensas. Así, pues, existe un
conflicto ordenador universal, que no permite considerar las diferencias sino lo
común a la diversidad de las manifestaciones. Para dar cuenta de esta
especificidad resulta pertinente interrogarse, en cambio, por la erogeneidad
dominante, eficaz, y por la defensa, como destino de pulsión en el yo. Ambos
(erogeneidades y defensas) aportan trasformaciones transaccionales en tanto
desenlaces del conflicto ordenador, nuclear.
Freud mismo se interesó por poner en evidencia estas correlaciones entre
erogeneidad y defensa en las manifestaciones. Destacó, por ejemplo, el valor de
ciertas palabras como testimonio de una erogeneidad (“morder”, “pegar”, “fuego”
y muchas más) o de una defensa (“no”, “pero”). Sin embargo, este estudio quedó
inconcluso, pese a su evidente valor para el desarrollo del psicoanálisis como
ciencia.
Veamos ahora las cosas desde otra perspectiva. Numerosos autores intentaron
describir características del discurso de un paciente o de una estructura
psicopatológica. Algunos lo hicieron de un modo refinado y exhaustivo, sobre
todo los que estudiaron con detalle un caso clínico. En las manifestaciones
discursivas de los pacientes diferentes autores pusieron en evidencia con
sutileza cómo palabras, frases y relatos son indicios de una trama erógena y
defensiva compleja, así como de sus modificaciones, sea por las intervenciones
del analista, sea por otras razones.
Contamos pues al menos con tres niveles de análisis: el de lo universal (las
manifestaciones son expresiones de la erogeneidad y la defensa), el de lo
general (determinada manifestación es expresión de cierta erogeneidad y/o de una
defensa específica), el de lo particular (el discurso de un paciente expresa una
trama de erogeneidades y defensas). El primer nivel corresponde a las
reflexiones teóricas: cuál es el tipo específico de goce que distingue a una
erogeneidad de otra, cómo se entraman en su torno las pulsiones de
autoconservación y de muerte, cómo esta erogeneidad se traspone en el yo en
términos de una motricidad y de una formalización diferencial de la materia
sensible, cómo se liga con el mundo mnémico, cómo se destila en una lógica
específica que rige los desplazamientos de energía en el pensar inconciente,
cómo todo ello se expresa en el plano de las manifestaciones discursivas, cómo
incide en el conjunto el sistema de las defensas, entendidas como destinos de
pulsión. Igualmente, forma parte de este andamiaje de hipótesis la consideración
de las defensas yoicas normales y patógenas inherentes a cada exigencia
pulsional. El segundo nivel corresponde a las reflexiones psicopatológicas: dado
que en cada estructura clínica (entre otras, neurosis obsesivas, paranoia,
esquizofrenia, histeria de conversión) prevalece una fijación erógena y un
conjunto específico de defensas (con el predominio de alguna de ellas), es
posible detectar en el discurso ciertos rasgos que sean testimonio de ambos
(erogeneidad y conjunto de defensas). Corresponden también a este nivel los
estudios sobre los rasgos específicos del preconciente en las estructuras
clínicas, como lo advertimos en los esfuerzos de Freud (1915e) por hallar las
“diferencias finas” entre las formaciones sustitutivas de la esquizofrenia, la
neurosis obsesiva y la histeria de conversión. El tercer nivel de análisis
corresponde ya al estudio de un caso, en el cual habitualmente es posible
advertir la copresencia de varias erogeneidades y de diferentes sistemas
defensivos, con alternancias de todo tipo, que permiten desarrollar hipótesis
acerca de una evolución clínica positiva o negativa. Podemos agregar al conjunto
un cuarto nivel de análisis, concerniente ya no al terreno de lo universal
(todos expresamos nuestras erogeneidad y nuestras defensas en el discurso), ni
al de los general (algunos combinan cierta erogeneidad con determinadas defensas
para desarrollar una manifestación clínica que corresponde a una estructura
psicopatológica específica), ni al de lo particular (en un caso se advierten
articulaciones entre varias erogeneidades y sistemas defensivos), sino al de lo
singular: el análisis de un lapsus, de un juego de palabras, de una forma
llamativa de nominación. También en este nivel las hipótesis referidas a las
erogeneidades y las defensas -quizá con mayor énfasis en las consideraciones
referidas a cómo unas y otras se expresan retóricamente, como lo expuso Freud
(1905c) en el libro sobre el chiste- resultan centrales.
Cada uno de estos niveles de análisis tiene sus propios interrogantes, y la
articulación problemática entre todos ellos resulta científicamente
enriquecedora. Desde esta perspectiva, es posible rescatar el valor de numerosos
hallazgos clínicos al insertarlos en marcos teóricos más amplios. Tenemos, pues,
un enorme caudal de estudios clínicos, algunos muy refinados, que constituyen un
acervo que propone desafíos a la teoría, y por otra parte un conjunto de
hipótesis abstractas desde el cual es posible acercarse a los hechos de una
manera distintiva, propia de la teoría psicoanalítica.
Los interrogantes teóricos, referidos a la erogeneidad y la defensa, a su vez,
requieren de mayores precisiones para permitir el pasaje al análisis de las
manifestaciones. En efecto, es necesario distinguir cuáles son las erogeneidades
específicas y cuáles las defensas. Logradas estas diferenciaciones, la forma de
acercarse a las manifestaciones se hace más precisa y restrictiva. Logrados
estos objetivos referidos al repertorio de las erogeneidades y defensas
específicas, la pregunta siguiente consiste en decidir dónde, en el nivel de las
manifestaciones, hallamos testimonios de unas y otras. Pero con ello ingresamos
más abiertamente en la cuestión metodológica; con mayor precisión: en una
metodología específicamente psicoanalítica.
Los intercambios de experiencia y el método de investigación
En los hechos, el método de una ciencia se desarrolla en la medida en que
quienes la practican se interrogan y explicitan su forma de pensar y operar, de
extraer conclusiones a partir de la realidad que se les presenta e intervenir en
consecuencia. La explicitación de los criterios internos de quienes practican
una ciencia suscita numerosas discusiones, al menos en dos frentes: con los
colegas y con quienes, en otro terreno, poseen métodos y criterios diferentes.
Respecto de este segundo tipo de discusiones, cabe destacar que, como el
psicoanálisis privilegia entre las manifestaciones aquellas que corresponden al
lenguaje, su objeto inmediato de estudio coincide con el de varias otras
disciplinas, que abarcan las investigaciones léxicas con instrumentos
computacionales, las que conciernen a la narrativa y muchas otras, y que parten
de interrogantes diversos de los psicoanalíticos. Puede ocurrir entonces que
quedemos fascinados con la apariencia de rigor y de elegancia de estos métodos
extrínsecos, o incluso del grado de confiabilidad alcanzada, aunque no posean
validez cuando lo central consiste en investigar la erogeneidad y la defensa en
el discurso de un paciente. Inclusive, algunos enfoques de la narrativa que
parten de la consideración del deseo como primum movens resultan poco
pertinentes, ya que, o bien la misma categoría deseo queda vacía (y por lo tanto
falta la especificidad), o bien se lo categoriza con criterios no
psicoanalíticos, es decir, sin tomar en cuenta sus nexos con la vida pulsional.
En cambio, sí puede resultar interesante estudiar con dos métodos diferentes
(uno no psicoanalítico y el otro que sea consistente con los interrogantes
freudianos básicos) una misma manifestación, sobre todo clínica, y confrontar
los pasos, los criterios empleados y los respectivos resultados.
Resultan muy rendidores los otros tipos de intercambios, entre colegas.
Imaginemos uno. Un terapeuta presenta el caso de una paciente con conflictos
permanentes con su esposo. Ella mantiene relaciones sexuales con otros hombres
como forma de vengarse de las decepciones, y al mismo tiempo narra sus
dificultades en la crianza de una hija caprichosa, ya que a menudo ella misma
termina gritando, fuera de quicio, tanto como la niña. Cuando el terapeuta hace
referencias a que la paciente le exigió que le diera diez minutos más de sesión
porque ella había llegado tarde, y lo acusó de arrogante y carente de
comprensión, uno de los colegas comenta que en estas manifestaciones él advierte
la eficacia de una erogeneidad sádico anal primaria, y cuenta brevemente el caso
de un paciente con intervenciones similares y que tenía además masturbación anal
rabiosa. El terapeuta que presenta el caso acuerda con este comentario y comenta
que en las relaciones sexuales vengativas la paciente enfatiza la zona erógena
anal, en su cuerpo y en el de su partenaire. Pero, agrega reflexionando, con su
esposo tenía contactos de otro tipo, e incluso al relatar las escenas que
involucraban a ambos lo hacía de otro modo, con frases entrecortadas, bajo
volumen de voz, sonidos cuchicheantes y abundancia de refranes. En ese momento
el terapeuta recuerda uno, que la paciente citaba a menudo: “el que se quemó con
leche, ve la vaca y llora”. Un tercer terapeuta cuenta entonces algunos
fragmentos de un caso propio, el de un adolescente tardío que usaba refranes a
menudo, susurraba en los momentos en que narraba escenas en las que estaba
comprometido y aludía con frecuencia al fuego y al temor a quemarse, de modo
literal y simbólico (pasar vergüenza). Era un paciente en el cual prevalecía una
fuerte erogeneidad uretral, y que de pequeño se complacía en orinar contra los
troncos de los árboles, como los perros, en la tentativa de marcar un
territorio, actividad que había derivado luego en fuertes deseos ambiciosos. El
terapeuta que presenta el caso de la mujer comenta, a su vez, que su paciente
había sido enurética hasta los 8 años, y que su hija, de 5, también lo era.
Agrega que a menudo pedía pasar al baño a orinar en mitad de la sesión. Esta
conducta parecía ligada con su tendencia a retener duraderamente las heces, con
lo cual el orinar era una forma de aliviar la presión en la zona. Hasta aquí el
ejemplo, que resulta, claro está, burdo y esquemático. En el ejemplo, como se
advierte, al punto sobre el cual se centró el intercambio fue la erogeneidad,
aunque también podría haber sido el deseo como expresión de aquella, o las
defensas, también evidenciables en las manifestaciones recién mencionadas. El
ejemplo permite advertir que los diferentes colegas que intercambiaban poseían
experiencias concretas que formaban parte de su tesoro de recursos derivados de
muy diversas fuentes y que permitían enriquecer las respectivas prácticas. Algo
similar ocurre con las buenas descripciones clínicas, que conducen al lector a
realizar un entrecruzamiento de palabras, frases y escenas presentes en el
discurso de diferentes pacientes, en una trama rica y heterogénea.
Pues bien, este tesoro de experiencias, incrementado crecientemente por la
actividad clínica, el intercambio con colegas y el estudio, conduce a acuerdos o
desacuerdos empíricos, que sin embargo no han sido explicitados y formalizados
como parte central de la práctica metodológica en psicoanálisis. Considero que
si nos volvemos hacia este acervo simbólico de anécdotas clínicas que circulan
en los intercambios entre colegas, hallaremos allí un material del cual
nutrirnos cuando nos interrogamos acerca del nexo entre las hipótesis teóricas y
las manifestaciones. Tal ha sido nuestro proyecto cuando nos propusimos
desarrollar un método de investigación que sea válido y confiable en el marco de
la teoría psicoanalítica, su práctica clínica y los intercambios científicos
entre colegas. Formalizar este tesoro derivado de la conjunción entre las
prácticas clínicas y la teoría permitirá al mismo tiempo precisar las
discusiones acerca de los nexos precisos entre hipótesis abstractas y
manifestaciones discursivas y por consiguiente contribuirá al refinamiento del
método en sí mismo. Con estos criterios hemos intentado categorizar en el
discurso de un paciente tres terrenos en los cuales las erogeneidades y las
defensas específicas se manifiestan: redes de palabras, estructuras-frase,
secuencias narrativas.
Inventario de erogeneidades y su expresión en el lenguaje
Tenemos, pues, esta situación. El método de investigación en psicoanálisis
pretende detectar las erogeneidades y las defensas manifestadas en el discurso
de un paciente, en el terreno de las palabras, las frases y las narraciones.
Este es el principio general que rige nuestro proyecto metodológico. Es
necesario entonces dar nuevos pasos. Algunos conciernen a la teoría: 1) precisar
el repertorio de erogeneidades, 2) precisar el repertorio de defensas. Otros
pasos conciernen al ordenamiento de las manifestaciones: 1) cómo se evidencian
las erogeneidades en el nivel de las redes de palabras, las estructuras-frase y
las secuencias narrativas, 2) cómo se evidencian las defensas en estos mismos
niveles.
Respecto de la teoría, hemos intentado en primer lugar hacer el repertorio de
las erogeneidades, sobre todo a partir de las ideas de Freud, que a su vez
incluye influencias de Abraham (----): oral primaria, sádico oral secundaria,
sádico anal primaria, sádico anal secundaria, fálico uretral, fálico genital. A
este conjunto agregamos otra erogeneidad, que Freud (1926d) menciona de pasada,
a la que denominamos libido intrasomática, cuando la pulsión inviste los órganos
internos, como ocurre en el comienzo de la vida posnatal. Tratamos de precisar
las características de cada goce erógeno, de la ensambladura de cada pulsión
sexual con la de autoconservación y con la de muerte, el tipo específico de
práctica motriz, de formalización de la materia sensible, de huella mnémica y de
lógica que rige el pensar inconciente (Maldavsky, 1976, 1980, 1986, 1992, 1995a,
1995b, 1996, 1998a, 1998b, 2000a).
El paso siguiente consiste en establecer las correlaciones sistemáticas con las
manifestaciones: redes de palabras, estructuras-frase, secuencias narrativas. En
este punto ha resultado de mucho valor la trama de experiencias atesoradas por
los colegas y que configuran un consenso práctico no explicitado más que
esporádicamente y por lo tanto no sistematizado.
Así, pues, los interrogantes que guían el enfoque de las manifestaciones son
dos: 1) cuál es la erogeneidad en juego, 2) cuál es la defensa. O, dicho más,
empíricamente, cuáles son las erogeneidades y las defensas y cuál la prevalencia
relativa en ambos terrenos, expresado todo ello en las manifestaciones verbales.
Como las defensas son en el fondo destinos de pulsión en el yo, la segunda
pregunta (sobre los mecanismos) es una derivación de la primera (sobre las
erogeneidades eficaces). El análisis de la defensa es inseparable de la
consideración de la erogeneidad a la cual aquella se enlaza, así que, en el
orden global de los procedimientos metodológicos, el examen de las
manifestaciones para discernir cuál es la pulsión sexual eficaz es prioritario,
y el de la defensa corresponde a un paso ulterior. Entre las defensas, solo
consideraremos aquí las dominantes: represión, desmentida, desestimación de la
realidad y de la instancia paterna, desestimación del afecto. Todas ellas pueden
ser normales (funcionales) o patógenas. En este último caso son determinantes de
la producción de ciertas estructuras clínicas: neurosis de transferencia
(represión), caracteropatías narcisistas (desmentida), psicosis (desestimación
de la realidad y de la instancia paterna), afecciones tóxicas y/o traumáticas
(desestimación del afecto). Además, ya mencionamos que prestamos atención al
hecho de que determinadas erogeneidades se imbrican con defensas específicas,
normales o patógenas, que son, con las manifestaciones verbales, otro de los
testimonios en el yo de dicha exigencia pulsional. La represión se imbrica con
las erogeneidades sádico anal secundaria, fálico uretral y fálico genital, la
desmentida y la desestimación de la realidad y de la instancia paterna, con las
erogeneidades oral primaria, sádico oral secundaria y sádico anal primaria, y la
libido intrasomática, con la desestimación del afecto.
Así, pues, los interrogantes sobre las erogeneidades y las defensas puede
acotarse al contar con un repertorio de pulsiones sexuales y de mecanismos,
cuyas combinatorias permiten diferenciar entre las estructuras clínicas. Por
ejemplo, la combinatoria entre erogeneidad oral primaria y desestimación
patógena de la realidad y de la instancia paterna es inherente a la
esquizofrenia, la juntura entre erogeneidad sádico anal primaria y desmentida
patógena es característica de las caracteropatías trasgresoras, paranoides, y la
imbricación entre erotismo fálico genital y represión patógena es propia de las
histerias de conversión.
Claro que estas hipótesis corresponden al nivel de lo universal (erogeneidades,
defensas) o al de lo general (estructuras clínicas). En cuanto al nivel de lo
particular (un caso clínico), la situación es más compleja, ya que en las
manifestaciones advertimos la copresencia de varias erogeneidades y defensas
eficaces.
El lenguaje como testimonio de la erogeneidad
Pasemos ahora a considerar cuestiones más específicas, relacionadas con el modo
en que la erogeneidad se expresa en el lenguaje. Al respecto al comienzo hemos
considerado sobre todo dos niveles de análisis, aunque luego mencionaremos otros
dos. Por un lado, estudiamos las redes de palabras, por otro, las secuencias
narrativas, unas y otras como testimonio de determinada erogeneidad. Las redes
de palabras incluyen verbos, sustantivos, adjetivos y adverbios. Verbos como
deber, tener, controlar, limpiar, ritualizar y muchos más, son inherentes al
lenguaje del erotismo sádico anal secundario. Verbos como poder, atreverse,
arriesgarse, temer, avecinarse, profundizar, tocar, intentar, evitar y muchos
otros corresponden al lenguaje del erotismo fálico uretral. Del mismo modo
podríamos mencionar palabras inherentes a los otros lenguajes del erotismo. A
partir de estos interrogantes construimos siete archivos (uno por cada lenguaje
del erotismo) que en total reúnen algo más de 800.000 palabras, correspondientes
a alrededor de 10.000 raíces diferentes. Algunas palabras son testimonio de más
de un lenguaje del erotismo (pensar, por ejemplo, pertenece sobre todo a dos:
oral primario y sádico anal secundario). Las que pertenecen a más de tres (como
ver, por ejemplo) han sido eliminadas de los archivos, ya que no permiten sentar
diferencias. La polivalencia semántica de muchas palabras queda acotada cuando
se toma en consideración la red de verbos, sustantivos, adjetivos y adverbios,
inherente a alguno de los lenguajes del erotismo en que un término se inserta.
Además, en el discurso de un paciente algunas palabras pertenecen a más de una
de las redes y por consiguiente son testimonio de más de uno de sus lenguajes
del erotismo. Se trata de palabras-encrucijada, en las cuales se conjugan dos
lenguajes del erotismo.
Ahora bien, resulta canónico el hecho de que en un mismo discurso coexistan
redes de palabras correspondientes a varios lenguajes del erotismo, lo cual
conduce a interrogarse por las relaciones entre ellas: subordinación, refuerzo,
complementariedad. La pregunta por la prevalencia de alguno de tales lenguajes
sobre los otros resulta central, y para responderla disponemos de dos criterios:
estadístico y lógico. El primero implica sostener que es prevalente el lenguaje
del erotismo de aparición más frecuente en el discurso; el segundo, en cambio,
presupone que el más importante es el que permite ordenar con mayor coherencia
el conjunto. Para detectar la prevalencia lógica resulta orientador prestar
atención al final de una sesión o de un relato. A veces ambos criterios,
estadístico y lógico, coinciden; cuando ello no ocurre propongo dar prioridad al
segundo. Con ello el método aquí expuesto se evidencia como más fuertemente
cualitativo que cuantitativo, sin por ello desdeñar este último aspecto.
Consideremos ahora la cuestión de las secuencias narrativas. La estructura
global de las narraciones incluye cinco escenas. Dos de ellas constituyen
estados; las otras tres, transformaciones. La narración contiene un estado
inicial de equilibrio inestable, quebrado por una primera trasformación,
correspondiente al despertar del deseo, luego por una segunda, inherente a la
tentativa de consumarlo, y por una tercera, que incluye las consecuencias de
dicha tentativa. De allí se pasa al estado final. Así, pues, dos estados (uno
inicial y otro final) y tres trasformaciones constituyen la matriz de las
secuencias narrativas. En los hechos podemos hallar supresiones (narraciones
solo del estado final, o de la escena en que el deseo despierta), redundancias,
permutaciones, condensaciones. Esta estructura formal adquiere cualificaciones
específicas para cada lenguaje del erotismo, lo cual implica que los actantes
(clases de personajes), los afectos, las acciones, el ideal, la
representación-grupo, la concepción témporo-espacial, tienen un alto grado de
especificidad.
Consideremos ahora solo un ejemplo, el de las narraciones propias del lenguaje
del erotismo fálico uretral. Hemos dicho (----) reiteradamente que el estado
inicial se presenta como rutina. Esta se da en un ámbito cerrado, dominado por
un líder que a menudo tiene el sexo opuesto al del sujeto. En dicho espacio, un
conjunto de personajes del mismo sexo del sujeto realiza alardes competitivos y
exhibicionistas de su potencia (sexual, intelectual, muscular, económica). Estos
personajes solo mantienen con el mundo extra-grupo relaciones superficiales y
fugaces, carentes de compromiso, y procuran conservar o aumentar su apariencia y
conservar una ilusión de que el tiempo no pasa y de que es posible eludir la
vejez y la muerte. El despertar de un deseo ambicioso se presenta como
emergencia azarosa y sorpresiva de un objeto atractivo y enigmático que convoca
al sujeto a deponer su refugio en las apariencias, en las imágenes, y a
comprometerse en el acercamiento a dicho objeto y la profundización en su
interior. El objeto pertenece a un grupo ajeno y hostil al del sujeto, respecto
del cual existe una doble prohibición, de acercamiento y sobre todo de ingreso
en su seno. La tentativa de consumación del deseo se presenta como el encuentro
entre dos que poseen una diferencia de potencial, por lo cual uno termina
calcinado, contagiado o herido por el otro. La escena implica que el sujeto
ingresa en las profundidades del objeto de deseo y entonces devela el enigma: el
objeto está marcado por un modelo hostil, es fiel a un personaje con el cual el
sujeto no puede rivalizar. En efecto, dicho personaje posee dos atributos que lo
hacen inaccesible a la competencia: es un genitor (está en el origen del objeto
de deseo) y está perdido, a menudo muerto, y por lo tanto se vuelve el mensajero
del fin de la vida del sujeto en un futuro más o menos lejano. Las consecuencias
de la tentativa de consumar el deseo están figuradas como los efectos de un
discernimiento que constituye una injuria para el narcisismo, es decir, que en
lo profundo del objeto se halla la marca paterna. Una respuesta del sujeto puede
consistir en un rebajamiento de la función paterna (construida en el objeto de
deseo) a la categoría de un rival con el cual es necesario mantener una
competencia sin fin. Otra alternativa consiste en quedar contagiado o herido,
con una vivencia de zozobra, pesimismo y fragilidad ante el destino, y con un
sentimiento de impotencia que conduce a buscar refugio y consuelo en la rutina.
También puede ocurrir que el discernimiento antedicho sea tomado como un proceso
iniciático que conduce a que el relator se convierta en un aventurero que, en
lugar de evitar las situaciones ansiógenas, procura encarar los enigmas
implicados en la angustia, mantener los interrogantes abiertos y sostener con
dignidad el compromiso subjetivo. El estado final puede presentarse de dos
modos: como un cierre del tipo de la rutina o como una apertura, en la cual es
posible la dimensión del futuro y la exterioridad por donde avanzar. En el final
cerrado (versión disfórica), a su vez, la rutina en ocasiones queda disfrazada
como hipertrofia de la competencia.
El siguiente cuadro presenta una versión sintética (y muy empobrecida) del
conjunto de las escenas que aparecen en las secuencias narrativas propias de los
diferentes lenguajes del erotismo.
EROTISMO | FALICO GENITAL | FALICO URETRAL | ANAL SECUNDARIO | ANAL PRIMARIO | ORAL SECUNDARIO | ORAL PRIMARIO | LIBIDO INTRASOMATICA |
Estado inicial | Armonía estética | Rutina | Orden jerárquico | Equilibrio jurídico natural | Paraíso | Paz cognitiva | Equilibrio de tensiones |
Primera trasformación: despertar del deseo | Deseo de completud estética | Deseo ambicioso | Deseo de dominar y espiar a un objeto | Deseo justiciero | Tentación. Expiación | Deseo cognitivo abstracto | Deseo especulatorio |
Segunda trasformación: tentativa de consumar el deseo | Recepción de un don-regalo. | Encuentro con una marca paterna en el fondo del objeto | Discernimiento de que el objeto es fiel a sujetos corruptos | Venganza | Pecado Reparación | Acceso a una verdad | Ganancia de goce por la intrusión orgánica |
Tercera trasformación: consecuenciasde la tentativa de consumar el deseo | Embarazo Desorganización estética | Desafío aventurero Desafío rutinario | Reconocimiento por su virtud Condena social y expulsión moral | Consagración y reconocimiento del liderazgo Impotencia motriz, encierro y humillación | Perdón y reconocimiento amoroso Expulsión del paraíso | Reconocimiento de la genialidad Pérdida de lucidez, de esencia, para el goce cognitivo ajeno | Euforia orgánica Astenia |
Estado final | Armonía compartida Sentimiento duradero de asquerosidad | Aventura Rutina pesimista | Paz moral Tormento moral |
Evocación del pasado heroico Retorno a la paz natural Resentimiento duradero |
Recuperación del paraíso Valle de lágrimas |
Goce en la revelación Pérdida de la esencia |
Equilibrio de tensiones sin pérdida de energía Tensión o astenia duradera |
Se notará que en algunas ocasiones consignamos sistemáticamente dos versiones en
las secuencias narrativas, una eufórica y la otra disfórica, mientras que en
otros casos solo mencionamos una sola de ambas alternativas.
En el nivel de las secuencias narrativas hallamos los mismos problemas
metodológicos ya consignados: en un discurso coexisten escenas que son
testimonio de diferentes lenguajes del erotismo. También disponemos, por lo
tanto, de dos criterios, estadístico y lógico, para decidir sobre cuestiones de
prevalencias y subordinancias relativas, y cuando se dan contradicciones entre
ambos preferimos el mencionado en último término. Para ello prestamos atención
al final de una sesión o de un relato, y en particular al afecto dominante,
sobre todo a los de carácter disfórico (asco, humillación, pesimismo, por
ejemplo). A veces el afecto queda explícitamente mencionado por el paciente,
pero en otras ocasiones es necesario inferirlo a partir del relato (por ejemplo,
el paciente puede decir que siente como si hubiera debido doblegarse ante un
personaje poderoso e injusto, aunque no mencione la humillación, o puede aludir
a una situación en que, al contemplar semidesnuda a su novia, le olió su mal
aliento y tuvo arcadas, aunque no haga referencias explícitas al asco).
Hasta aquí nos hemos referido a las redes de palabras y a las secuencias
narrativas. Otros dos niveles de análisis posibles requieren aún nuestra
atención: el de los componentes fonológicos y el de las frases. Hasta ahora nos
ha resultado difícil realizar una sistematización en el terreno de las líneas
melódicas, que suelen manifestar los estados afectivos. El tipo de análisis
posee el mismo carácter que otros estudios realizados en torno de las
expresiones faciales y sus mínimas variaciones, los cuales se hallan bastante
avanzados en EE.UU. y Europa. En cuanto a las líneas melódicas, distinguimos al
menos cinco áreas de análisis: timbre, altura, intensidad, ritmo y extensión,
aunque, como ya lo indicamos, no disponemos aún de un repertorio establecido,
como lo contamos respecto de las redes de palabras y las secuencias narrativas,
pese a que hemos adelantado ya algunas precisiones (----).
Respecto de las estructuras-frase, hemos alcanzado un grado mayor de
sistematización en cuanto a los lenguajes del erotismo. En el lenguaje del
erotismo fálico genital encontramos diversas estructuras-frase: el elogio, la
dramatización, la promesa, la comparación tipo “tan…. como”, que alude a tamaños
o atractivos estéticos, la invitación, la pregunta tipo cómo, la exclamación que
incluye un qué más un adjetivo (“qué horrible”), la relación causal en términos
de “tan“ más adjetivo más ”que”, o “tal” más sustantivo más “que”, la frase
exclamativa que empieza con “qué” más adjetivo o sustantivo. En el lenguaje del
erotismo fálico uretral incluimos los refranes, los dichos populares, las frases
interrumpidas, el chismorreo, las preguntas tipo dónde (de localización
espacial), los presagios. En cuanto al lenguaje del erotismo sádico anal
secundario, lo expresan estructuras-frase como las sentencias, los imperativos
condicionales, los juramentos, las máximas y los proverbios, la presentación de
alternativas: o… o…, sea… sea…, la deducción o inferencia concreta, la
comparación entre rasgos, el enlace causal en términos de “porque”, las
objeciones, las frases adversativas, los juicios críticos, los rezos, la
descripción de la posición en el marco de un orden o una jerarquía social, las
citas, la estructura “no… porque…”, la estructura “si… entonces”, fórmulas como
“o sea” y “es decir”, las frases denigratorias, desvalorizantes del objeto.
Respeto del lenguaje del erotismo sádico anal primario, podemos mencionar las
injurias, las denuncias, las delaciones, las confesiones de hechos reñidos con
la ley o la moral, las provocaciones, las tergiversaciones, las acusaciones, las
calumnias, las órdenes, las amenazas. El lenguaje del erotismo sádico oral
secundario se expresa en estructuras-frase de lamento, de queja, de rezongo, de
imploración, de reproche, la fórmula “yo hubiera podido ser… pero”, la fórmula
“si yo hubiera tenido… hubiera sido… pero…”, las referencias a estados afectivos
(“siento…” o “estoy triste”) o, más globalmente, a estados (“estoy pensando”).
El lenguaje del erotismo oral primario se evidencia en estructuras-frase de
deducción o inferencia abstracta, las oraciones en clave, el pensamiento
metafísico. Por fin, el lenguaje del erotismo intrasomático se manifiesta en
estructuras-frase ligadas a las cuentas, a la catarsis, a las banalidades, a la
adulación.
Vale la pena diferenciar, al menos, entre juramentos y frases de promesa, tal
como los describimos en otras oportunidades (----). El juramento se organiza en
una frase cuyo sujeto se compromete ante otro a ejecutar determinado acto, el
cual implica una difícil renuncia a un placer; en consecuencia se declara deudor
ante un presunto acreedor, a quien se dirige la frase. El destinatario del
juramento, como testigo, difiere del destinatario inmediato de la entrega, de
aquello de lo cual el sujeto se obliga a desprenderse. El destinatario del
juramento, objeto indirecto de la frase, queda pues revestido de un poder
superior, y de él el yo espera un reconocimiento en la medida en que exprese su
compromiso y se declare en posición de deudor. Lo estructurante no es tanto una
frase y un acto que cancelen la deuda, sino aquellos que la crean, aunque el
anhelo (imposible de consumar) sería cumplir con la palabra dada, de modo que
coincida con la cosa. El poder del destinatario reside en que es un genio, es
decir alguien en quien se desarrolla un saber creado por sus propios actos. En
el objeto indirecto de la frase de promesa, saber y hacer coinciden. Pero el
juramento tiene un verbo acompañante, de la gama del ceder o entregar, y este
otro verbo tiene a su vez un objeto indirecto, que corresponde al destinatario
de la donación, de la ofrenda. Este otro objeto indirecto, presunto receptor del
don, tiene ciertos atributos (adjetivos) que se distinguen nítidamente de los
que posee el sujeto de la frase: ignorancia, degradación, desorden, suciedad, a
veces disfrazados por la magnificación de encantos y atractivos estéticos.
El sujeto del juramento se acompaña de una serie de adjetivos que caracterizan
una postura en que resaltan la pulcritud y el respeto de la palabra dada, en
contraste con uno de los acreedores, el del verbo referido a la entrega, y
alineado en cambio con el otro destinatario, el del juramento, ante el cual se
decreta en deuda. En cuanto a la naturaleza de lo que se obliga a entregar,
constituido por el objeto directo del verbo referido al acto de donación, es un
supuesto bien objetivo, en última instancia un nombre, un apellido, una
identificación. Eso que quien jura espera recibir del destinatario del juramento
se obliga a darlo al destinatario de la donación. Paradójicamente quien jura se
decreta deudor de aquello de lo que no dispone para saldar su compromiso, y que
anhela recibir de un genio.
Quedan por considerar los adverbios (las circunstancias témporo-espaciales o los
modos de acción). Se contraponen el terreno de lo sagrado (propio del
destinatario del juramento) con el de lo profano (habitado por el destinatario
de la donación), siendo el sujeto que jura el punto de articulación entre ambos.
Además, el juramento se realiza en un ámbito social, en que aparecen testigos
(no destinatarios) de la frase. En cuanto al tiempo, el juramento compromete un
futuro para el sujeto de la frase, desarrollada por otro lado a la manera de una
ceremonia. Estas consideraciones se refieren, hasta aquí, a la estructura de la
frase, a lo cual podemos agregar un análisis del acto de la enunciación. En
efecto, el juramento es proferido por un sujeto animado de pensamientos que él
mismo condena por su carácter cruel y sucio, y el acto de compromiso publico
constituye una tentativa de preservarse del juicio condenatorio contra estas
ideas que le despiertan culpa y goce.
En cuanto a la frase de promesa, está organizada en torno de una dupla de
verbos, uno modal, conjugado, y el otro, aparentemente central, en infinitivo:
“prometo dar”, por ejemplo. El verbo modal (en este caso prometer, y en el
analizado antes, jurar) expresa la posición yoica ante el acto nominado con el
verbo en infinitivo. En la frase de promesa el verbo modal anticipa una
consumación, como si no hubiera distancia entre el decir y la entrega efectiva
del don. Lo prometido es, en efecto, un regalo, un don, sin por ello exigir
retribución alguna. En cuanto al don, a la ofrenda prometida, tiene una
estructura compuesta por un núcleo y sus atributos. Entre ellos se da un
contraste semántico y lógico. Los atributos tienden a magnificar el valor del
núcleo. Este, por su parte, se revela como un soporte decepcionante de lo que
los atributos anticipan. Podríamos asemejar la situación a la de un regalo
presentado con un envoltorio atractivo, pero cuyo contenido consiste en un
objeto poco interesante o valioso. En suma, el regalo prometido es imposible de
dar, y cuando sobreviene la constatación de esta diferencia entre núcleo y
atributos del objeto, surge, como alternativa, una nueva frase de promesa.
Advertimos entonces que lo esencial son estos magnificadores, los adjetivos que
adornan de atributos a un núcleo, a un sustantivo que designa lo regalado. A su
vez, lo que se promete regalar también tiene el valor de un atributo (una joya,
una mujer, una flor, un poema, un sueño, un secreto a voces) que adornará el
núcleo de un destinatario. Con ello queremos decir que los calificativos, los
atributos, son lo esencial del regalo mismo. Se nos abre así el camino a la
consideración del sujeto de la frase, el cual posee la misma estructura del
objeto que se promete regalar. Ello implica que el núcleo del sujeto, como el
del objeto, está constituido sobre todo por los adjetivos, y falta en cambio un
sustantivo que haga de sostén, de soporte al cúmulo de adornos, de atributos que
lo rodean. Así, pues, la frase de promesa parece ser la acción central del
sujeto, más que la presunta consumación del acto correspondiente.
En cuanto al destinatario de la frase de promesa, se lo supone poseedor de un
bien, que puede o no otorgar. La promesa de dar constituye, como escena de
seducción, una solicitación al destinatario para que entregue aquello que el
sujeto dice que va a ofrendar. El espacio de la frase de promesa (expresado en
los adverbios) se caracteriza por incluir un centro, constituido por el
destinatario, en torno del cual se ordenan círculos concéntricos que diferencian
las jerarquías según sea mayor o menor la distancia respecto del poder irradiado
desde el núcleo. Pero el acto de prometer y el creciente interés que despierta
en el destinatario, va generando en torno del sujeto de dicha frase otro círculo
similar. Quien ocupa el centro se refleja, en cuanto a su coherencia estética,
en el resto, que le hace de doble. Cuando el destinatario es un hombre, la joven
lo supone poseedor de un poder sobre las mujeres entre las cuales distribuye sus
favores, con una lógica particular: de todas y de ninguna, y de a una por vez.
En consecuencia, el destinatario tiene una relación consigo mismo, vía su imagen
estética, y otra con los demás, a quienes propaga, por el camino de la
identificación, su propio embeleso. El espacio en cuestión también incluye
diferencias posicionales en cuanto a la altura. Habitualmente, los personajes
centrales se ordenan en torno de los lugares más altos y destacados, y forma
parte de la escena de la promesa el progresivo ascenso del sujeto que promete, o
el descenso del destinatario de la promesa, que se pone a su par. En cuanto a
quien promete, opera con una doble espacialidad, con la distribución de una
doble distancia, que duplica la del destinatario: íntima y pública. Promete en
público como si se tratara de un vínculo íntimo. Esta doble distancia, como la
del susurro en público ante un micrófono, forma parte esencial de la tensión
interna de la escena de promesa. Constituye el complemento de la tensión
temporal antes descripta, en que se anticipa una consumación en el momento en
que verdaderamente se despliega lo esencial, el acto de prometer. Esta tensión
temporal se une a otra, ya que con este despliegue se intenta hacer coincidir un
momento de plenitud con la duración permanente. De hecho, el momento de plenitud
coincide con el acto mismo de prometer, y es esto lo que se pretende mantener de
modo duradero.
Como se advierte, la consideración de este nivel de análisis, el de las
estructuras-frase, presenta a su vez numerosos problemas concernientes al
deslinde y la diferenciación, y también en cuanto a las correlaciones con el
nivel de las redes de palabras y los componentes fonológicos. En efecto, el
verbo “jurar” puede corresponder a una frase de promesa (“te juro que te voy a
contar una historia interesante”), y no necesariamente a un juramento, como
hubiéramos esperado. Con ello queremos decir que en ocasiones se dan
contradicciones entre los resultados de los estudios en uno y otro nivel de
análisis, lo cual conduce al interrogante acerca de cómo se dirime el conflicto
así creado. En principio, es conveniente verificar primero en qué redes de
signos se presenta, en un discurso concreto, determinada palabra, que parece
entrar en conflicto con el nivel de la estructura-frase. En efecto, puede
ocurrir que esa palabra (jurar, por ejemplo) se compagine con asco, agigantar,
engrandecer, enaltecer, embellecer y otras que corresponden al lenguaje del
erotismo fálico genital. En tal caso, el conflicto entre ambos niveles de
análisis resulta inexistente, ya que las redes de palabras y la estructura-frase
corresponden al mismo lenguaje del erotismo, el fálico genital. Cuando el
conflicto se mantiene, entonces sugiero dar preeminencia al nivel de la
estructura-frase por sobre el de las redes de palabras, aunque resulta más
pertinente buscar una solución que le dé su parte a los varios lenguajes del
erotismo captados en la investigación de un discurso concreto.
Estos diferentes niveles (fonológico, redes de palabras, estructuras-frase,
secuencias narrativas) se articulan entre sí, y pueden darse coincidencias o
conflictos entre ellos. Cuando no se dan coincidencias, proponemos dar
prevalencia al nivel de las secuencias narrativas como organizador del conjunto,
con lo cual seguimos la orientación precedente en cuanto a destacar lo más
abarcativo como dominante. También en este plano sugerimos que es más pertinente
tratar de hallar soluciones más sofisticadas que permitan dar cuenta de la
significatividad de los diferentes lenguajes del erotismo detectados en un
discurso concreto.
Se habrá advertido que en estas tentativas de trasmitir un legado hemos
tropezado con dificultades diversas, que procuramos resolver también de manera
diferencial. Respecto de las redes de palabras, hemos construido un programa
lexicométrico que permite recurrir a la computadora para detectar qué palabras
de un texto corresponden a uno u otro de los lenguajes del erotismo, cuál es el
lugar en el material analizado y cuántos términos testimonian una u otra
erogeneidad, con el consecuente análisis estadístico. Este nivel de estudio
(redes de palabras) es la parte del legado de la comunidad analítica más difícil
de trasmitir, dada la amplitud del universo en cuestión, y por ello la memoria
computacional nos ha resultado un instrumento eficaz. En cuanto a las
estructuras-frase, el número se acota sensiblemente, y en consecuencia resulta
mucho más fácil explicitar el correspondiente repertorio como testimonio de las
diferentes erogeneidades. Algo mayor fue la dificultad que se nos presentó
cuando nos vimos ante el problema de describir las secuencias narrativas de cada
lenguaje del erotismo. En este punto, el cuadro sinóptico adjunto resulta una
solución precaria, parcial, y por ello preferimos complementarla con la
exposición detallada de las escenas, que en parte explicitamos en estas páginas,
y que se describen más detenidamente en otros textos (----).
Dos ejemplos: secuencias narrativas en los lenguajes del erotismo sádico anal
primario y fálico genital
Comencemos por considerar las secuencias narrativas propias del lenguaje del
erotismo sádico anal primario (prevalente en las caracteropatías trasgresoras,
desafiantes, y en las paranoias), que estudiamos también en otras oportunidades
(----). El estado inicial tiene las características de un equilibrio jurídico
natural, no arruinado por las tretas y arbitrariedades de las leyes culturales.
Tal equilibrio natural a menudo reúne en armonía a hombres y bestias, y los
abusos en cuanto al empleo del poder quedan neutralizados y castigados sin
esfuerzo por el conjunto, y sobre todo por un héroe protagónico. El despertar
del deseo vengativo surge a partir del padecimiento de una iniquidad injuriosa
que despierta un irrefrenable afán de venganza. El héroe ha sido sorprendido,
por su inmadurez, su inexperiencia, su ignorancia o su carencia de recursos, y
ha pasado por muy intensos sentimientos de humillación y vergüenza. La tentativa
de consumación del deseo se presenta como ejecución de actos vindicatorios
violentos, que sobrevienen tras numerosas fintas preparatorias. En tales actos
tienen importancia la sorpresa, la agilidad (física y mental), el conocimiento
de las debilidades ajenas, las maniobras diversionistas. El sujeto, empeñado en
la gesta heroica, aspira a aniquilar a un enemigo abusador e injusto, más
poderoso. En el núcleo del relato se halla el momento en que logra doblegarlo y
humillarlo. Igualmente, importan las prácticas homo o heterosexuales que
constituyen otro modo de expresar el triunfo sobre el enemigo, de caer en las
celadas que este le tiende, o de manifestar dónde se halla el propio talón de
Aquiles (en la dependencia afectiva de un objeto vulnerable). Las consecuencias
de la tentativa de consumación del deseo, en su vertiente disfórica, se
presentan como humillación, encierro e impotencia motriz; en su vertiente
eufórica prevalecen la consagración, el reconocimiento por parte de un modelo y
de un grupo. A veces la situación se complejiza, cuando un héroe es derrotado en
una gesta pero se trasforma en mártir o, a la inversa, un personaje triunfante
en lo inmediato resulta condenado, vituperado y perseguido por las generaciones
siguientes. El estado final a veces se presenta como retorno a un momento
inicial de paz jurídica natural. En otras ocasiones la consumación de la
venganza implica que el tiempo vuelve a trascurrir y el pasado heroico comienza
a ser evocado, y con él se hace presente el llanto por los muertos. En otras
ocasiones, en la vertiente disfórica, el sujeto queda sumido en un resentimiento
duradero, trasmitido a lo largo de las generaciones.
Consideremos ahora las secuencias narrativas en el lenguaje del erotismo fálico
genital, tal como las expusimos en otra oportunidad (----). En el lenguaje del
erotismo fálico genital (que prevalece en las estructuras histéricas neuróticas,
caracteropáticas y psicóticas), el estado inicial se presenta como un equilibrio
centrado en la armonía estética, es decir, en la existencia de un centro
embellecedor que irradia sus encantos hacia el conjunto. El sujeto opera como
ayudante que aumenta el encanto del grupo, y recibe a cambio una irradiación de
la belleza del núcleo. En el centro se encuentra una pareja en que una mujer
hermosa y llena de poder recibe los dones de un hombre. En estas condiciones se
mantiene también la armonía en el vínculo entre el relator y los otros
integrantes del grupo, tenidos como rivales, ya que los celos y la envidia
quedan morigerados por la imbricación en el conjunto.
El despertar del deseo de completamiento en la belleza se presenta como
arruinamiento de la armonía estética, sobre todo por un desarreglo operado en el
núcleo. En consecuencia, el embellecimiento de la mujer dominante se vuelve cada
vez más resentido y envidioso, y se alcanza a costa del sujeto, quien pasa por
momentos de pérdida de la totalización, asco y tristeza somnolienta y
apaciguadora de la hostilidad del líder y el resto del grupo. Por fin, se hace
presente un personaje cargado de atributos (caracterizados sobre todo por la
potencia para reconocer al sujeto en sus reclamos y entregarle ciertos dones
embellecedores). En el relator, el despertar del deseo de totalización estética
por el encuentro con este personaje pleno de cualidades conduce a la tentativa
de consumar su aspiración. Entonces el sujeto despliega una frase de promesa,
centrada en despertar la ilusión de la entrega amorosa. Gracias al brillo quien
promete pretende producir la convicción de una presencia en el lugar de lo
faltante. La anterior fragmentación estética queda remplazada por esta tensión
reclamante dirigida por el o la protagonista hacia el destinatario de la
promesa, en el cual aspira a generar un estado de fascinación al espejar
anticipatoriamente la consumación del deseo. En consecuencia, el sujeto de la
enunciación de la frase se propone como un atributo de aquel a quien se ofrenda,
y aspira a alcanzar así una unificación armónica de sus fragmentos.
La tentativa de consumación del deseo se presenta en el marco de un grupo
heterogéneo que progresivamente se ordena en torno de un núcleo que le da
coherencia. Este núcleo tiene un valor embellecedor, mientras que el resto se
organiza alrededor en sectores más o menos cercanos, a menudo en círculos
concéntricos. Entre el centro y las periferias se dan relaciones de ida y
vuelta, de recíproca incitación embellecedora, hasta que se accede a una
culminación estética del conjunto. Tiene importancia el destino de un personaje
hostil que amenaza la armonía grupal, y que puede o no quedar integrado al
resto. En el núcleo de la escena es esencial la relación de entrega-recepción de
un don, de un regalo.
En las consecuencias de la tentativa de consumar el deseo prevalece una
desorganización de la armonía del conjunto y una pérdida de la identificación
con un personaje dominante, que entonces irrumpe sin freno. La vivencia puede
ser de estallido, con lo cual las partes pierden su coherencia de conjunto. La
versión disfórica también puede presentarse como el triunfo de una deformidad
por ablandamiento o derretimiento, o como invaginación de una saliencia o un
prolapso de la interioridad hacia afuera. En la vertiente eufórica puede
presentarse la escena del embarazo como consecuencia de la entrega-recepción del
don. Dicho embarazo opera como anticipación de una reunión embellecedora
definitiva.
El desenlace (estado final) puede presentarse como una condición duradera de
asco u horror y como un placer por exhibir la propia disarmonía y sembrar en los
demás sentimientos de desagrado y de angustia estética. También puede
manifestarse otro desenlace, también disfórico: el desarrollo de una belleza
malvada y envidiosa, excluyente y poderosa, que sume a los demás, con su
desprecio, en un permanente sentimiento de disarmonía y desproporción estética,
y al mismo tiempo aumenta en los otros la fascinación ante los propios encantos
solitarios. En cuanto a la vertiente eufórica, se presenta como una escena en la
cual se evidencia la conservación de una armonía vincular feliz y duradera,
plena de encantos compartidos. En dicha escena los personajes intervinientes
integran un conjunto al cual aportan, de uno u otro modo, los elementos que
potencian la armonía estética global.
En un relato específico puede presentarse la totalidad de una secuencia
narrativa, una de ellas o solo un segmento de alguna, como podría ser la
situación en que el destinatario de la frase de promesa seduce a otras mujeres,
antes (o después) de que la protagonista pretenda atraer su atención. Otra
escena posible es la de una protagonista que se va apropiando de ciertos
encantos con los cuales atraer la atención del destinatario de la frase de
promesa. Con ello queremos decir que la presentación recién expuesta no es
exhaustiva y que el repertorio de los fragmentos de escenas que pueden formar
parte de un relato más amplio es difícilmente abarcable en cuanto a la totalidad
de sus detalles.
El lenguaje como testimonio de la defensa
Hasta este punto consideramos solo uno de los dos interrogantes con que nos
dirigimos a las manifestaciones clínicas, el esencial: cuáles son los
testimonios de una erogeneidad en el lenguaje. Nos queda por encarar el segundo
interrogante, derivado: cuáles son los testimonios de las defensas, como
destinos de pulsión, en ese mismo lenguaje. Un sector del interrogante queda
respondido si tomamos en consideración que la defensa en sí misma es parte
integrante del lenguaje de pulsión. Por lo tanto, si prevalece un lenguaje del
erotismo como el oral primario, las defensas serán de la gama de la
desestimación y/o de la desmentida, claro que sin que podamos esclarecer si se
trata de defensas normales o patógenas. Las defensas tienden o bien a modificar
una realidad no acorde a un deseo (sobre todo desmentida y desestimación), o
bien a disfrazar el deseo mismo para amoldarse a una supuesta realidad (sobre
todo represión). En el nivel del lenguaje estas diferentes modificaciones se
expresan retóricamente. El discurso tiene una función básica: expresar el deseo,
y otra que se le articula: ante un interlocutor. Por lo tanto, quien habla debe
dar cabida en su decir a las mociones pulsionales y al mismo tiempo atenerse a
ciertas normas consensuales que permiten hacer inteligible su discurso ante
otros. Las trasformaciones retóricas pueden conducir o bien a desafiar las
normas consensuales o bien a volver menos reconocible el propio deseo en la
expresión verbal.
El libro de Freud (----) sobre el chiste constituye un enorme estudio de estos
juegos retóricos, los cuales pueden ser definidos como trasgresiones regladas de
las normas consensuales. Tales trasgresiones regladas constituyen transacciones
entre las fuerzas en pugna en lo psíquico, entre el triunfo del deseo y el de la
realidad. Las normas tragredibles pertenecen a seis grupos: fonémico,
sintáctico, semántico, pragmático, lógico, orgánico, y la regla central exige
que la versión incluida en el discurso respete la invariancia y que en
consecuencia sea posible al interlocutor recuperar la forma originaria, como
cuando decimos “las perlas de tu boca”, y podemos colegir la palabra “dientes”.
La defensa normal, funcional, permite operar estas trasformaciones retóricas
como expresión de determinado lenguaje del erotismo. Así, por ejemplo, las
trasgresiones regladas a las normas consensuales lógicas (los metalogismos) son
inherentes al lenguaje del erotismo oral primario, como ocurre en “Las ruinas
circulares”, de Borges: un mago debe soñar a un hijo e introducirlo en el mundo.
Los diferentes lenguajes del erotismo se expresan pues retóricamente como
consecuencia de la actividad de las defensas, funcionales o patógenas. El
lenguaje del erotismo intrasomático se expresa en el plano retórico como
trasgresión de las normas consensuales orgánicas, el oral primario, de las de
tipo lógico, el sádico oral secundario, de las de tipo semántico, el sádico anal
primario, de las de tipo pragmático, el sádico anal secundario, de las de tipo
fonológico-sintáctico, y del mismo modo ocurre con los lenguajes del erotismo
fálico uretral y fálico genital. La diferencia entre los tres mencionados en
último término se presenta en cuanto al grado de sustracción
fonológico-sintáctica correspondiente. Por ejemplo, en el lenguaje del erotismo
fálico uretral las figuras retóricas pueden conducir a dejar una frase
inconclusa, del tipo de “quien mal anda...” u “ojos que no ven...”, mientras que
el lenguaje del erotismo sádico anal secundario se evidencia retóricamente como
despliegue de siglas, más o menos reconocidas, es decir, como tendencia a la
abreviatura (----).
La exposición precedente permite enlazar defensa y retórica, ambas como
lenguajes de pulsión, la primera como determinante de la segunda, que se
evidencia en las manifestaciones. Pero dicha exposición no permite esclarecer
qué diferencias se dan, en el plano de las manifestaciones retóricas, cuando la
defensa es normal y cuando es patógena. Al respecto distinguimos entre el juego
retórico y la perturbación retórica, esta última como testimonio de la defensa
patógena. Liberman (----) sostuvo que la patología se expresa como una
perturbación o distorsión retórica específica (que para él era solo de tipo
sintáctico, semántico o pragmático), aunque no especificó qué entendía con este
término. Por nuestra parte, intentamos precisar en qué consiste una perturbación
retórica como expresión de la defensa patógena: o bien en un cuestionamiento (si
predomina la desmentida) o una abolición (si predomina la desestimación) de la
norma consensual, o bien, a la inversa, en una desfiguración tal (si tiene
hegemonía la represión) del deseo que resulta irreconocible en la manifestación.
El cuestionamiento o la abolición de la norma consensual puede recaer sobre el
nivel semántico, pragmático, lógico u orgánico, mientras que la desfiguración
del deseo que lo vuelve irreconocible promueve como efecto perturbaciones
fonológico-sintácticas, sobre todo por un exceso en los procesos sustractivos
que imposibilitan la recuperación de la forma originaria.
Así pues, las defensas no patógenas se expresan como recursos retóricos logrados
(en los chistes, por ejemplo), mientras que las defensas patógenas se
manifiestan como perturbaciones retóricas. Tales recursos retóricos, logrados o
perturbados, tienen un alto grado de especificidad, y pueden ser analizados en
el terreno de las redes de palabras y en el de las estructuras-frase.
Hemos sostenido ya que en el nivel de las redes de palabras y de las
estructuras-frase los procesos retóricos se caracterizan por constituir
trasgresiones, exitosas o no, de las normas consensuales. Como tales normas
pueden ser categorizadas, también pueden sistematizarse las defensas
(funcionales o patógenas) que las alteran. Entonces podemos afirmar que la
defensa patógena se presenta como una perturbación retórica que afecta a un
sector definido de las normas consensuales. Tal perturbación retórica resulta un
punto de convergencia de una erogeneidad y una defensa, ambas específicas. Por
ejemplo, cuando la erogenidad sádico anal primaria se combina con una
desestimación de la función paterna y de la realidad, se dan perturbaciones
retóricas pragmáticas, y el paciente se supone entrampado en el doble vínculo.
En cambio, cuando esta misma erogeneidad (sádico anal primaria) se combina con
la desmentida, el paciente pretende entrampar de este mismo modo a otros,
inclusive al analista. Un logro retórico en este lenguaje del erotismo (y no su
perturbación) se presenta por ejemplo en el chiste relatado por Freud (1905c):
Serenissimus se pasea por su reino y descubre a un súbdito muy parecido a él. Le
pregunta si su madre trabajó en palacio y el súbdito le responde que ella no,
pero sí su padre. En este chiste, el deseo de venganza y agravio se despliega
como palabra-acto lograda.
Demos otro ejemplo. Ya dijimos que cuando el lenguaje del erotismo oral primario
se articula con una desmentida funcional hallamos juegos retóricos lógicos, como
en “Las ruinas circulares” de Borges. Tal juego implica operar retóricamente con
una contradicción lógica, por lo cual, ante determinadas afirmaciones, quien las
lee o las escucha afirma: no puede ser. En cambio, cuando este lenguaje del
erotismo se combina con una desmentida patógena el interlocutor queda entrampado
en la contradicción lógica, y cuando se combina con la desestimación quien
resulta entrampado es el mismo sujeto que habla. Del mismo modo ocurre con
respecto a los procesos retóricos orgánicos cuando el lenguaje del erotismo en
juego es intrasomático, y con los procesos retóricos semánticos, cuando el
lenguaje del erotismo en cuestión es sádico oral secundario.
En otros textos (----) hemos analizado y ejemplificado ampliamente estas
múltiples alternativas, que ahora solo podemos mencionar sumariamente, ya que
con lo aquí expuesto solo queda reseñado uno de los tres caminos para el
análisis de la defensa, que concierne al nivel de las redes de palabras o de las
estructuras-frase.
Consideremos ahora un segundo nivel de análisis, el del relato, en que es
posible detectar la defensa, igualmente en términos retóricos. El nivel del
relato es, como ya lo indicamos, también testimonio de la erogeneidad. En dicho
nivel, la defensa, patógena o funcional, se expresa por la posición del narrador
en la escena a la que alude. Por ejemplo, en el lenguaje del erotismo sádico
oral secundario es frecuente la escena del sacrificio, que implica renunciar al
egoísmo y entregar lo propio para luego reclamarlo como ajeno, según la frase
acuñada por E. Grinspon. El destinatario del sacrificio suele ser un personaje
inútil o uno codicioso y trasgresor, aunque es frecuente que el primero,
desenmascarado, dé paso al segundo. En este lenguaje del erotismo el sacrificio
se ubica en la línea de la tentativa de recuperar el paraíso, gracias a actos de
expiación y reparación. Pues bien, cuando este lenguaje del erotismo se combina
con una desmentida no patógena el sacrifico puede desplegarse como actividad
filantrópica ordenada según criterios centrados en la resiliencia. En cambio,
cuando este lenguaje del erotismo se combina con una desmentida patógena el
narrador se coloca en la posición de quien se sacrifica por un inútil, y cuando
se combina con la desestimación el relator se ubica como ese inútil que permite
que otro se sacrifique a su costa. Cuando prevalece el lenguaje del erotismo
sádico oral secundario (y lo mismo ocurre con el intrasomático, el oral primario
o el sádico anal primario) es necesario tener en cuenta también cuál es el
destino de un fragmento psíquico manifestado por otro tipo de lenguaje del
erotismo (sádico anal secundario, fálico uretral, fálico genital). Si este
ultimo queda al servicio del primero y el personaje que lo representa resulta
engañado, maltratado o violentado, esto constituye otro indicio del carácter
patógeno de la defensa en juego (----). En el lenguaje del erotismo sádico oral
secundario, por ejemplo, una desmentida patógena puede acompañarse de la
decisión de sacrificar las propias aspiraciones fálico genitales, expresadas
también en el discurso del paciente.
En relación con los otros lenguajes del erotismo la defensa puede ser
considerada del mismo modo en el nivel del relato. Encararemos, por ejemplo, lo
que ocurre respecto de los relatos que expresan el lenguaje del erotismo fálico
uretral. Consideremos una escena prototípica, como la de la rutina, tal como lo
propusimos en otro libro (----). En las frecuentes reuniones entre amigos, en un
espacio cerrado, puede aludirse a algún personaje que se atreve a desafiar los
peligros exteriores, pese a su angustia, la malevolencia del grupo de pares y
las profecías de un augur poderoso, dominante en el territorio. Sin embargo,
dicho personaje se detiene cuando se halla ante la necesidad de decidir si
avanza por un territorio inexplorado, atractivo pero enigmático. En cambio, su
hermano, que ha acompañado sus pasos, avanza pese a sentir temor y se interna en
dicho espacio. Otro, que pretende emularlo, desarrolla en realidad una
oscilación entre una hipertrofia competitiva solitaria y un retorno a la rutina,
y en un cuarto, por fin, se incrementan hasta tal punto los rasgos timoratos que
solo atina a encerrarse en su cuarto, donde lee con insistencia libros de viajes
aventureros, con los cuales trata de recuperarse de la angustia que le
despiertan imágenes que lo asaltan (que poseen un alto grado de realismo), en
las cuales aparecen accidentes, casas en llamas y sobre todo cuerpos heridos,
sangrantes.
Aquellos que se ubican en la posición de quienes se apegan o bien a la rutina o
bien a una hipertrofia competitiva solitaria ponen en evidencia una prevalencia
de la desmentida (secundaria) y de las identificaciones propias de las
caracteropatías fóbicas y contrafóbicas. Aquellos que se detienen en el avance
hacia el territorio en el cual desean penetrar, manifiestan la eficacia de la
represión del deseo ambicioso, mientras que en quien halla el modo de avanzar
pese a la angustia se advierten los efectos de defensas no patógenas, que dan
cabida a la hostilidad sin que se vuelva desestructurante de un proyecto
ambicioso. También es notable la figura del personaje que hace de acompañante de
quien tiene la iniciativa. Dicho personaje expresa una identificación con la
posición ambiciosa ajena. Igualmente, importa el personaje que aparece ocupando
el lugar de quien vaticina, en el cual pueden desarrollarse la desmentida para
sostener la propia omnipotencia (complemento del mantenimiento en la rutina) e
inclusive la desestimación, en cuyo caso emergen profecías que se presentan como
visiones aterradoras.
Otro modo de inferir la defensa dominante cuando prevalece el lenguaje del
erotismo fálico uretral consiste en prestar atención a la sintaxis del relato.
Este posee, según ya lo consignamos, una secuencia canónica, cuyos pasos se
caracterizan por el creciente compromiso del protagonista: 1) rutina, 2)
despertar de un deseo ambicioso y angustiante, 3) penetración en un terreno
vedado y develamiento del enigma: encuentro con la marca paterna ajena -y
propia-, representante del propio destino mortal, 4) reconocerse marcado por un
origen simbólico, 5) apertura a un tiempo y un espacio abiertos. Mantenerse en
la rutina o negarse a admitir la marca de un padre muerto y competir en cambio
con él como si fuera solo un rival, corresponden a desenlaces propios de las
caracteropatías: respectivamente, fóbica y contrafóbica. Reconocer el propio
deseo y no atreverse a avanzar hacia (o en) un territorio vedado son propios de
las histerias de angustia, mientras que el reconocimiento de la marca paterna
abre el camino a los desenlaces no patógenos. El grado extremo de la inhibición
rutinaria (ver imágenes alucinatorias aterradoras) es propio de las psicosis
fóbicas.
Retomemos ahora la exposición global. Los criterios para el análisis de la
defensa encarados hasta este punto son de tipo retórico, y abarcan al menos los
niveles de las redes de palabras, las estructuras-frase y las secuencias
narrativas. En esta ocasión solo presentamos la argumentación general, y no
tanto el repertorio completo de las alternativas, que expusimos en otras
ocasiones (----). También en relación con los estudios de la defensa es posible
advertir la coexistencia entre varias de ellas presentes en la manifestación, y
en consecuencia recurrimos a los criterios estadístico y lógico para dirimir
prevalencias y subordinaciones relativas. Igualmente, también en esta
oportunidad supeditamos el criterio estadístico al lógico, si hay
contradicciones entre los resultados arrojados por uno y otro tipo de análisis.
Igualmente, damos mayor importancia a los resultados que vienen de los estudios
en el nivel del relato que a los obtenidos en el nivel de las redes de palabras
y las estructuras-frases.
Pero antes hemos aludido a un tercer modelo de análisis de la defensa (o más
bien de su cambio). Este tipo de análisis posee un orden diferente, ya que parte
del principio de que a cada lenguaje del erotismo lo acompaña una defensa
específica, o más bien un grupo de ellas. Entonces un cambio en la defensa puede
presentarse en la manifestación como sustitución (parcial o total) de un
lenguaje del erotismo por otro. Sin embargo, cabe preguntarse por el criterio
que conduce a afirmar que determinada sustitución de un lenguaje del erotismo
por otro es expresión de un cambio positivo en la defensa. Al respecto nos
parecen esclarecedoras las sugerencias de Liberman (----), quien afirmaba que
para cada lenguaje del erotismo (él usaba, según ya lo indicamos, el término
estilo) del paciente existe un complemento óptimo en el lenguaje del terapeuta,
que opera al servicio del cambio positivo en la defensa. Cuando dicho lenguaje
del erotismo complementario comienza a desarrollarse también en el paciente como
consecuencia del trabajo clínico del terapeuta, podemos considerar esta
modificación como indicio de un cambio positivo en la defensa. Liberman sostenía
que para los lenguajes del erotismo fálico uretral y fálico genital el
complemento óptimo es el oral primario y que para este último lo es el fálico
genital. El complemento óptimo de los lenguajes del erotismo sádico oral
secundario y sádico anal primario es el sádico anal secundario, mientras que
para este último el complemento óptimo lo es el sádico anal primario. Por fin,
para el lenguaje del erotismo intrasomático, el complemento óptimo es el sádico
oral secundario (esta última hipótesis ya no pertenece a Liberman, sino que es
una propuesta nuestra, desarrollada hace poco tiempo). Liberman justificaba sus
hipótesis sosteniendo, por ejemplo, que en el lenguaje del erotismo fálico
genital son frecuentes unas dramatizaciones redundantes y proliferaciones
sintácticas y semánticas carentes de síntesis, mientras que en el lenguaje del
erotismo oral primario prevalecen la tendencia a la abstracción y la falta de
compromiso en un despliegue de escenas. De tal modo, este último lenguaje del
erotismo le aporta al primero su complemento óptimo, al conducir a detectar lo
común en la redundancia, y con ello a sustituir una defensa patógena
(represión), por otra, más benigna. Argumentaciones similares conducen a
justificar las otras complementariedades, ya mencionadas, en cuanto a los
lenguajes del erotismo.
Cabe agregar que en los hechos clínicos la situación es más compleja, ya que
coexisten diferentes defensas, y consiguientemente es necesario pensar también
en varios lenguajes del erotismo complementarios de los dominantes en un
principio. Igualmente, puede ocurrir que los cambios evidenciados en el discurso
sean testimonio de que las modificaciones en las defensas patógenas sean
parciales: que abarquen, por ejemplo, solo a una de ellas, no dominante, y que
dejen intacto el núcleo del sistema. A ello podemos agregar otro problema. ¿Qué
ocurriría, en efecto, si una paciente que comienza teniendo prácticas
extramatrimoniales ilusorias y al mismo tiempo vengativas (en lo cual se expresa
una combinatoria entre los lenguajes del erotismo fálico genital y sádico anal
primario) pasa luego a desarrollar rituales y ceremoniales fallidos (como
expresión del lenguaje del erotismo sádico anal secundario) para tratar de
controlar infructuosamente a las naves de entes extraterrestres, generados por
una computadora cósmica, que terminan adueñándose de su cerebro y la toman como
objeto de experimentación (como expresión del lenguaje del erotismo oral
primario)? Se presentan en esta situación cuatro lenguajes del erotismo (oral
primario, sádico anal primario, sádico anal secundario, fálico genital), y se
dan cambios en cuanto a los lenguajes del erotismo prevalentes (desde el sádico
anal primario y el fálico genital hasta el oral primario y el sádico anal
secundario), pero no se da un cambio estructural positivo, una modificación en
las defensas que permite encarar los conflictos sin desgarro yoico sino que, por
el contrario, la fragmentación anímica se incrementa, y defensas patógenas como
el aislamiento y la anulación (tan frecuentes cuando aparecen rituales y
ceremoniales) fracasan y son relevados por la desestimación y el retorno de lo
desestimado (intervinientes cuando predominan los delirios esquizofrénicos).
Así, pues, no alcanza con afirmar que el cambio positivo en la defensa se
expresa por la emergencia de otros lenguajes del erotismo. En principio, estos
cambios siguen un criterio determinado, que describió Liberman, y en segundo
lugar, aunque se den estos cambios específicos, a ello es conveniente agregar un
segundo requisito: que los lenguajes del erotismo que aparecen prevaleciendo en
lugar de los antes vigentes deben acompañarse, a su vez, de defensas no
patógenas, sino funcionales. Además, cuando la hegemonía de un lenguaje del
erotismo es remplazada por la de otro, pasa algo con el anteriormente
prevalente: también allí se dan modificaciones en el nivel de la secuencia
narrativa, ya que cambia la posición del relator en relación con la escena que
describe, por ejemplo de la pasividad a la actividad.
Ahora bien, hasta este punto mencionamos dos modos de investigar en la defensa y
sus cambios, ambos en el fondo propuestos por Liberman: uno centrado en análisis
retóricos (en el nivel de las redes de palabras, de las estructuras-frase y de
las secuencias narrativas) y el otro, en la sustitución de la prevalencia de un
lenguaje del erotismo por la de otro (evidenciado igualmente en los diferentes
niveles posibles de análisis). Es pertinente tratar de establecer nexos entre
ambos modos de análisis. En los hechos clínicos hemos observado que en ocasiones
el cambio en el defensa se expresa solo en el nivel retórico, mientras que en
otras ocasiones se expresa también como emergencia de la prevalencia lógica de
un lenguaje del erotismo complementario, hasta entonces inexistente o poco
importante. No advertimos, en cambio, la alternativa faltante: la emergencia de
un lenguaje del erotismo complementario del dominante, sin que ello vaya
acompañado de modificaciones retóricas. La diferencia entre ambas alternativas
consiste en que los cambios retóricos son menos persistentes que aquellos otros
en que además emerge como poderoso un lenguaje del erotismo complementario del
prevalente hasta entonces, como consecuencia de la introyección de las
intervenciones clínicas. Podemos suponer entonces que la modificación de las
defensas manifestada solo por el cambio retórico es menos consistente que la que
se evidencia por la emergencia de un lenguaje del erotismo complementario del
dominante. Reconsideremos ahora la cuestión de los cambios parciales en las
defensas patógenas. En efecto, puede ocurrir que detectemos que un discurso
concreto del paciente evidencie que alguna defensa ha cambiado en forma más
consistente, mientras que otra solo se ha modificado de una manera más precaria,
cuando el testimonio de esta modificación es solo de tipo retórico.
Un ejemplo: las defensas en las secuencias narrativas del lenguaje del erotismo
fálico genital
Ya destacamos que, en el nivel del relato, la defensa queda testimoniada por la
posición que en las escenas evidencia el sujeto que narra. En la clínica, el
lenguaje del erotismo fálico genital tiene eficacia sobre todo en las histerias
de conversión y en las caracteropatías y las psicosis histéricas. En las
histerias de conversión, las defensas dominantes son la represión y la
identificación. Esta última tiene gran importancia cuando retorna lo reprimido y
emerge el síntoma. En las caracteropatías histéricas, a estas defensas se
agregan las identificaciones con objetos decepcionantes y las desmentidas
secundarias, mientras que en las psicosis histéricas a este conjunto se le
agregan las desestimaciones de la realidad, sobre todo por culpa (----). Cabe
preguntarse cuál es el modo en que se expresan estas defensas en el relato,
sobre todo en relación con la posición del mismo narrador en el discurso que
despliega. En otra ocasión hemos considerado (----) diferentes alternativas
derivadas del hecho de que en el lenguaje del erotismo fálico genital una escena
prototípica es la de producir una ensambladura estética, armónica entre
elementos heterogéneos. Tal configuración queda amenazada en su armonía, o
inclusive desarmada, por la acción de personajes hostiles, envidiosos,
vengativos. Esta es la forma en que se plasma la relación conflictiva entre el
erotismo dominante, fálico genital, y una pulsión parcial no fácil de incluir en
el conjunto, el erotismo sádico anal primario. Pues bien, en el relato puede
presentarse la escena de una configuración estética grupal lograda (en una
fiesta, por ejemplo) en la cual hasta tiene cabida un personaje hostil que
aporta algunos elementos disonantes que pasan a integrarse en el conjunto. El
relator se ubica entonces como uno de los participantes que precisamente había
estado preocupado por el éxito de la reunión, y había contribuido con
sugerencias y acciones al bienestar del conjunto, de lo cual luego se congratula
con agrado. En este relato el lenguaje del erotismo fálico genital va acompañado
de una inhibición funcional del fragmento hostil.
Pero también puede ocurrir que la configuración estética se arruine; por
ejemplo, que una paciente relate que en una fiesta, para la cual se había
preparado esmeradamente, derramó por accidente un vaso de vino sobre su vestido
blanco. Se sintió una idiota, opinión que mantiene mientras relata la escena.
Cuando se la invita a relacionar lo ocurrido con otros sucesos, recuerda que un
rato antes había visto a una mujer mayor, parecida a su suegra, con la misma
expresión malhumorada, acusatoria y tensa. Su suegra siempre prefirió que el
hijo (esposo de la paciente) se casara con una joven muy agraciada, que también
estaba presente en la fiesta. La paciente pensaba a veces que ambos eran
amantes. Había olvidado el episodio, y al recordarlo dice intuir un nexo entre
este y su accidente, que no alcanza a captar. Este relato pone en evidencia el
trabajo de la represión y de su fracaso, con el consiguiente retorno de lo
sofocado.
Veamos ahora otras alternativas. Una paciente muy hermosa y egoísta utiliza a
sus hijas como adornos embellecedores del conjunto en reuniones sociales,
gracias a lo cual pretende disfrazar su origen vergonzante (por ejemplo, un
padre humilde y una madre alcohólica). Pero alguna de sus hijas, ya púber,
sabotea su proyecto y la calumnia en público, con lo cual pone en evidencia sus
fallas. La joven ha sido instigada por una tía (hermana de la madre de la
paciente), una mujer vengativa, estéril, solterona y notablemente fea, tanto
como la hija que desata el escándalo. Quien en un relato se ubica en la posición
de esta paciente, o en el lugar de su hija (incluso de la tía solterona), pone
en evidencia tanto la eficacia de las identificaciones que generan rasgos de
carácter cuanto la labor de una desmentida del origen y de la castración, así
como la claudicación de las defensas y el retorno de lo sofocado. Ubicarse en
tales lugares en un relato es propio de las caracteropatías histéricas.
Una nueva variante en el relato revela el aporte de otras defensas. Puede
ocurrir, en efecto, que en el arruinamiento de una fiesta como el recién
descrito, por la acción de una hija fea y envidiosa, las cosas lleguen a
mayores, y el episodio acabe en una escena que tiene como protagonista a la
madre y/o la hija, y que incluye gritos descontrolados, convulsiones que evocan
las crisis epilépticas, visiones alucinatorias aterradoras y violentas. Si el
sujeto que narra la escena se ubica en esta posición, pone en evidencia la
eficacia de la desestimación (habitualmente por culpa), propia de las psicosis
histéricas.
El lector advertirá inmediatamente que las alternativas hasta aquí descritas
solo cubren sobre todo a una de las escenas, es decir la tercera de las antes
consignadas al aludir al relato, la de la tentativa de consumación del deseo,
pero no las otras cuatro. Aun más, tal vez ni siquiera la enumeración previa
respecto de la escena tercera sea exhaustiva sino que resulta posible agregar
otras variables. Por lo tanto, es pertinente extender esta sistematización sobre
las defensas a las restantes escenas de un relato.
Hacia la clínica
Hemos intentado aportar hasta aquí recursos metodológicos para pensar los
procesos psicoanalíticos, que se complementan con los desarrollos efectuados en
otros textos (----), en los cuales intentamos precisar y desarrollar más
detenidamente las características de cada lenguaje del erotismo y de cada
defensa o conjunto de ellas. Es hora de acercarnos a los hechos clínicos, que
son altamente particulares.
Los estudios que habremos de realizar tienen como eje el enfoque de las
secuencias narrativas, y solo incluiremos los otros dos como complemento, y de
un modo algo asistemático. Intentaremos detectar, a través del análisis de los
relatos, las variaciones, a veces sutiles, en cuanto a las erogeneidades y las
defensas eficaces. Respecto de la defensa, habremos de prestar atención a los
criterios antes considerados: los procesos retóricos y las complementariedades
entre los lenguajes del erotismo.
Estudiaremos cuatro casos en otros tantos capítulos. Los objetivos consisten en
analizar las evoluciones clínicas y también en poner a prueba la confiabilidad
del método empleado. Para alcanzar este segundo objetivo hemos optado por un
camino expositivo que deseamos describir. Los cuatro casos han sido estudiados
en trabajos presentados en el congreso de Fepal del 2000. Luego de enviados los
trabajos al congreso, analizamos nuevos materiales aportados por los respectivos
analistas y confrontamos las correspondientes conclusiones para detectar el
grado de congruencia entre ellas, es decir, si disponíamos de alguna hipótesis
que permitiera dar cuenta de las diferencias.
Los cuatro casos que presentamos (sucesivamente, Elena, Ana, Azucena, Ariela)
tienen muchos elementos en común: sexo, lugar de residencia, edad, y, en el
plano anímico, una estructuración caracteropática no psicótica. El lector
advertirá que en el análisis de cada uno de los casos pusimos el acento en
cuestiones metodológicas diversas, a las cuales nos habremos de referir también
en el último capítulo del libro, que es otra vez de tipo teórico.