Investigaciones en procesos psicoanalíticos

Teoría y método: secuencias narrativas

David Maldavsky, O. Bodni, I. Cusien, C. Roitman, E. Tamburi, E. Tarrab, C. Tate de Stanley, M. Truscello de Manson
Nueva Visión, Buenos Aires, 2001.


Capítulo 1 - Bases teóricas

Introducción

Este capítulo ofrece el marco teórico general en que se inserta el libro. Comenzamos destacando el valor de un enfoque, consistente en considerar al lenguaje como expresión de la erogeneidad y la defensa, desde el punto de vista teórico y clínico. Tras señalar la importancia de los intercambios entre psicoanalistas en el desarrollo de una metodología de investigación específica, nos dedicamos a realizar sendos repertorios: por un lado, de las erogeneidades; por otro lado, de los niveles en que estas se expresan en el discurso: redes de palabras, estructuras-frase, secuencias narrativas. En el apartado siguiente nos referimos más específicamente a un programa lexicométrico que nos ayuda a detectar las redes de palabras que en un discurso concreto expresan determinada erogeneidad, pero sobre todo estudiamos como esta se expresa en el nivel de las secuencias narrativas y las estructuras-frase. También prestamos atención a cuestiones metodológicas ligadas a la toma de decisión sobre cuál lenguaje del erotismo es el dominante, si varios de ellos (como es la norma) coexisten en un mismo discurso. Tras dar algunos ejemplos, pasamos a estudiar el lenguaje como expresión de la defensa, en los diferentes niveles de análisis: redes de palabras, estructuras-frase, secuencias narrativas. El capítulo cierra con un ejemplo y una breve referencia que hace de pasaje a los estudios clínicos contenidos en los cuatro siguientes.

El lenguaje como expresión de la erogeneidad y la defensa

Uno de los aportes centrales del psicoanálisis freudiano ha sido la propuesta de considerar a las manifestaciones, clínicas o de otro tipo, como expresión (a menudo tamizada y desfigurada) de una erogeneidad. Los trabajos de Freud y sus colaboradores al respecto fueron numerosos, a los cuales se agregaron los estudios referidos al modo en que las defensas, tomadas como destinos de pulsión, dejaban la impronta en dichas manifestaciones, algunas de las cuales se configuraban como síntomas. Otra línea de los intereses freudianos consistió en establecer nexos entre las mociones sexuales y el mundo de las otras pulsiones, sobre todo la de muerte, aunque también la de autoconservación.
Respecto de las manifestaciones clínicas Freud sostuvo que existe un ordenador general: el conflicto entre los complejos de Edipo (positivo y/o negativo) y de castración. En torno de este eje conflictivo se distribuyen soluciones más o menos costosas para la vida anímica, las cuales derivan de las fijaciones (yoicas y sobre todo pulsionales) y de las defensas. Así, pues, existe un conflicto ordenador universal, que no permite considerar las diferencias sino lo común a la diversidad de las manifestaciones. Para dar cuenta de esta especificidad resulta pertinente interrogarse, en cambio, por la erogeneidad dominante, eficaz, y por la defensa, como destino de pulsión en el yo. Ambos (erogeneidades y defensas) aportan trasformaciones transaccionales en tanto desenlaces del conflicto ordenador, nuclear.
Freud mismo se interesó por poner en evidencia estas correlaciones entre erogeneidad y defensa en las manifestaciones. Destacó, por ejemplo, el valor de ciertas palabras como testimonio de una erogeneidad (“morder”, “pegar”, “fuego” y muchas más) o de una defensa (“no”, “pero”). Sin embargo, este estudio quedó inconcluso, pese a su evidente valor para el desarrollo del psicoanálisis como ciencia.
Veamos ahora las cosas desde otra perspectiva. Numerosos autores intentaron describir características del discurso de un paciente o de una estructura psicopatológica. Algunos lo hicieron de un modo refinado y exhaustivo, sobre todo los que estudiaron con detalle un caso clínico. En las manifestaciones discursivas de los pacientes diferentes autores pusieron en evidencia con sutileza cómo palabras, frases y relatos son indicios de una trama erógena y defensiva compleja, así como de sus modificaciones, sea por las intervenciones del analista, sea por otras razones.
Contamos pues al menos con tres niveles de análisis: el de lo universal (las manifestaciones son expresiones de la erogeneidad y la defensa), el de lo general (determinada manifestación es expresión de cierta erogeneidad y/o de una defensa específica), el de lo particular (el discurso de un paciente expresa una trama de erogeneidades y defensas). El primer nivel corresponde a las reflexiones teóricas: cuál es el tipo específico de goce que distingue a una erogeneidad de otra, cómo se entraman en su torno las pulsiones de autoconservación y de muerte, cómo esta erogeneidad se traspone en el yo en términos de una motricidad y de una formalización diferencial de la materia sensible, cómo se liga con el mundo mnémico, cómo se destila en una lógica específica que rige los desplazamientos de energía en el pensar inconciente, cómo todo ello se expresa en el plano de las manifestaciones discursivas, cómo incide en el conjunto el sistema de las defensas, entendidas como destinos de pulsión. Igualmente, forma parte de este andamiaje de hipótesis la consideración de las defensas yoicas normales y patógenas inherentes a cada exigencia pulsional. El segundo nivel corresponde a las reflexiones psicopatológicas: dado que en cada estructura clínica (entre otras, neurosis obsesivas, paranoia, esquizofrenia, histeria de conversión) prevalece una fijación erógena y un conjunto específico de defensas (con el predominio de alguna de ellas), es posible detectar en el discurso ciertos rasgos que sean testimonio de ambos (erogeneidad y conjunto de defensas). Corresponden también a este nivel los estudios sobre los rasgos específicos del preconciente en las estructuras clínicas, como lo advertimos en los esfuerzos de Freud (1915e) por hallar las “diferencias finas” entre las formaciones sustitutivas de la esquizofrenia, la neurosis obsesiva y la histeria de conversión. El tercer nivel de análisis corresponde ya al estudio de un caso, en el cual habitualmente es posible advertir la copresencia de varias erogeneidades y de diferentes sistemas defensivos, con alternancias de todo tipo, que permiten desarrollar hipótesis acerca de una evolución clínica positiva o negativa. Podemos agregar al conjunto un cuarto nivel de análisis, concerniente ya no al terreno de lo universal (todos expresamos nuestras erogeneidad y nuestras defensas en el discurso), ni al de los general (algunos combinan cierta erogeneidad con determinadas defensas para desarrollar una manifestación clínica que corresponde a una estructura psicopatológica específica), ni al de lo particular (en un caso se advierten articulaciones entre varias erogeneidades y sistemas defensivos), sino al de lo singular: el análisis de un lapsus, de un juego de palabras, de una forma llamativa de nominación. También en este nivel las hipótesis referidas a las erogeneidades y las defensas -quizá con mayor énfasis en las consideraciones referidas a cómo unas y otras se expresan retóricamente, como lo expuso Freud (1905c) en el libro sobre el chiste- resultan centrales.
Cada uno de estos niveles de análisis tiene sus propios interrogantes, y la articulación problemática entre todos ellos resulta científicamente enriquecedora. Desde esta perspectiva, es posible rescatar el valor de numerosos hallazgos clínicos al insertarlos en marcos teóricos más amplios. Tenemos, pues, un enorme caudal de estudios clínicos, algunos muy refinados, que constituyen un acervo que propone desafíos a la teoría, y por otra parte un conjunto de hipótesis abstractas desde el cual es posible acercarse a los hechos de una manera distintiva, propia de la teoría psicoanalítica.
Los interrogantes teóricos, referidos a la erogeneidad y la defensa, a su vez, requieren de mayores precisiones para permitir el pasaje al análisis de las manifestaciones. En efecto, es necesario distinguir cuáles son las erogeneidades específicas y cuáles las defensas. Logradas estas diferenciaciones, la forma de acercarse a las manifestaciones se hace más precisa y restrictiva. Logrados estos objetivos referidos al repertorio de las erogeneidades y defensas específicas, la pregunta siguiente consiste en decidir dónde, en el nivel de las manifestaciones, hallamos testimonios de unas y otras. Pero con ello ingresamos más abiertamente en la cuestión metodológica; con mayor precisión: en una metodología específicamente psicoanalítica.


Los intercambios de experiencia y el método de investigación

En los hechos, el método de una ciencia se desarrolla en la medida en que quienes la practican se interrogan y explicitan su forma de pensar y operar, de extraer conclusiones a partir de la realidad que se les presenta e intervenir en consecuencia. La explicitación de los criterios internos de quienes practican una ciencia suscita numerosas discusiones, al menos en dos frentes: con los colegas y con quienes, en otro terreno, poseen métodos y criterios diferentes. Respecto de este segundo tipo de discusiones, cabe destacar que, como el psicoanálisis privilegia entre las manifestaciones aquellas que corresponden al lenguaje, su objeto inmediato de estudio coincide con el de varias otras disciplinas, que abarcan las investigaciones léxicas con instrumentos computacionales, las que conciernen a la narrativa y muchas otras, y que parten de interrogantes diversos de los psicoanalíticos. Puede ocurrir entonces que quedemos fascinados con la apariencia de rigor y de elegancia de estos métodos extrínsecos, o incluso del grado de confiabilidad alcanzada, aunque no posean validez cuando lo central consiste en investigar la erogeneidad y la defensa en el discurso de un paciente. Inclusive, algunos enfoques de la narrativa que parten de la consideración del deseo como primum movens resultan poco pertinentes, ya que, o bien la misma categoría deseo queda vacía (y por lo tanto falta la especificidad), o bien se lo categoriza con criterios no psicoanalíticos, es decir, sin tomar en cuenta sus nexos con la vida pulsional. En cambio, sí puede resultar interesante estudiar con dos métodos diferentes (uno no psicoanalítico y el otro que sea consistente con los interrogantes freudianos básicos) una misma manifestación, sobre todo clínica, y confrontar los pasos, los criterios empleados y los respectivos resultados.
Resultan muy rendidores los otros tipos de intercambios, entre colegas. Imaginemos uno. Un terapeuta presenta el caso de una paciente con conflictos permanentes con su esposo. Ella mantiene relaciones sexuales con otros hombres como forma de vengarse de las decepciones, y al mismo tiempo narra sus dificultades en la crianza de una hija caprichosa, ya que a menudo ella misma termina gritando, fuera de quicio, tanto como la niña. Cuando el terapeuta hace referencias a que la paciente le exigió que le diera diez minutos más de sesión porque ella había llegado tarde, y lo acusó de arrogante y carente de comprensión, uno de los colegas comenta que en estas manifestaciones él advierte la eficacia de una erogeneidad sádico anal primaria, y cuenta brevemente el caso de un paciente con intervenciones similares y que tenía además masturbación anal rabiosa. El terapeuta que presenta el caso acuerda con este comentario y comenta que en las relaciones sexuales vengativas la paciente enfatiza la zona erógena anal, en su cuerpo y en el de su partenaire. Pero, agrega reflexionando, con su esposo tenía contactos de otro tipo, e incluso al relatar las escenas que involucraban a ambos lo hacía de otro modo, con frases entrecortadas, bajo volumen de voz, sonidos cuchicheantes y abundancia de refranes. En ese momento el terapeuta recuerda uno, que la paciente citaba a menudo: “el que se quemó con leche, ve la vaca y llora”. Un tercer terapeuta cuenta entonces algunos fragmentos de un caso propio, el de un adolescente tardío que usaba refranes a menudo, susurraba en los momentos en que narraba escenas en las que estaba comprometido y aludía con frecuencia al fuego y al temor a quemarse, de modo literal y simbólico (pasar vergüenza). Era un paciente en el cual prevalecía una fuerte erogeneidad uretral, y que de pequeño se complacía en orinar contra los troncos de los árboles, como los perros, en la tentativa de marcar un territorio, actividad que había derivado luego en fuertes deseos ambiciosos. El terapeuta que presenta el caso de la mujer comenta, a su vez, que su paciente había sido enurética hasta los 8 años, y que su hija, de 5, también lo era. Agrega que a menudo pedía pasar al baño a orinar en mitad de la sesión. Esta conducta parecía ligada con su tendencia a retener duraderamente las heces, con lo cual el orinar era una forma de aliviar la presión en la zona. Hasta aquí el ejemplo, que resulta, claro está, burdo y esquemático. En el ejemplo, como se advierte, al punto sobre el cual se centró el intercambio fue la erogeneidad, aunque también podría haber sido el deseo como expresión de aquella, o las defensas, también evidenciables en las manifestaciones recién mencionadas. El ejemplo permite advertir que los diferentes colegas que intercambiaban poseían experiencias concretas que formaban parte de su tesoro de recursos derivados de muy diversas fuentes y que permitían enriquecer las respectivas prácticas. Algo similar ocurre con las buenas descripciones clínicas, que conducen al lector a realizar un entrecruzamiento de palabras, frases y escenas presentes en el discurso de diferentes pacientes, en una trama rica y heterogénea.
Pues bien, este tesoro de experiencias, incrementado crecientemente por la actividad clínica, el intercambio con colegas y el estudio, conduce a acuerdos o desacuerdos empíricos, que sin embargo no han sido explicitados y formalizados como parte central de la práctica metodológica en psicoanálisis. Considero que si nos volvemos hacia este acervo simbólico de anécdotas clínicas que circulan en los intercambios entre colegas, hallaremos allí un material del cual nutrirnos cuando nos interrogamos acerca del nexo entre las hipótesis teóricas y las manifestaciones. Tal ha sido nuestro proyecto cuando nos propusimos desarrollar un método de investigación que sea válido y confiable en el marco de la teoría psicoanalítica, su práctica clínica y los intercambios científicos entre colegas. Formalizar este tesoro derivado de la conjunción entre las prácticas clínicas y la teoría permitirá al mismo tiempo precisar las discusiones acerca de los nexos precisos entre hipótesis abstractas y manifestaciones discursivas y por consiguiente contribuirá al refinamiento del método en sí mismo. Con estos criterios hemos intentado categorizar en el discurso de un paciente tres terrenos en los cuales las erogeneidades y las defensas específicas se manifiestan: redes de palabras, estructuras-frase, secuencias narrativas.


Inventario de erogeneidades y su expresión en el lenguaje

Tenemos, pues, esta situación. El método de investigación en psicoanálisis pretende detectar las erogeneidades y las defensas manifestadas en el discurso de un paciente, en el terreno de las palabras, las frases y las narraciones. Este es el principio general que rige nuestro proyecto metodológico. Es necesario entonces dar nuevos pasos. Algunos conciernen a la teoría: 1) precisar el repertorio de erogeneidades, 2) precisar el repertorio de defensas. Otros pasos conciernen al ordenamiento de las manifestaciones: 1) cómo se evidencian las erogeneidades en el nivel de las redes de palabras, las estructuras-frase y las secuencias narrativas, 2) cómo se evidencian las defensas en estos mismos niveles.
Respecto de la teoría, hemos intentado en primer lugar hacer el repertorio de las erogeneidades, sobre todo a partir de las ideas de Freud, que a su vez incluye influencias de Abraham (----): oral primaria, sádico oral secundaria, sádico anal primaria, sádico anal secundaria, fálico uretral, fálico genital. A este conjunto agregamos otra erogeneidad, que Freud (1926d) menciona de pasada, a la que denominamos libido intrasomática, cuando la pulsión inviste los órganos internos, como ocurre en el comienzo de la vida posnatal. Tratamos de precisar las características de cada goce erógeno, de la ensambladura de cada pulsión sexual con la de autoconservación y con la de muerte, el tipo específico de práctica motriz, de formalización de la materia sensible, de huella mnémica y de lógica que rige el pensar inconciente (Maldavsky, 1976, 1980, 1986, 1992, 1995a, 1995b, 1996, 1998a, 1998b, 2000a).
El paso siguiente consiste en establecer las correlaciones sistemáticas con las manifestaciones: redes de palabras, estructuras-frase, secuencias narrativas. En este punto ha resultado de mucho valor la trama de experiencias atesoradas por los colegas y que configuran un consenso práctico no explicitado más que esporádicamente y por lo tanto no sistematizado.
Así, pues, los interrogantes que guían el enfoque de las manifestaciones son dos: 1) cuál es la erogeneidad en juego, 2) cuál es la defensa. O, dicho más, empíricamente, cuáles son las erogeneidades y las defensas y cuál la prevalencia relativa en ambos terrenos, expresado todo ello en las manifestaciones verbales. Como las defensas son en el fondo destinos de pulsión en el yo, la segunda pregunta (sobre los mecanismos) es una derivación de la primera (sobre las erogeneidades eficaces). El análisis de la defensa es inseparable de la consideración de la erogeneidad a la cual aquella se enlaza, así que, en el orden global de los procedimientos metodológicos, el examen de las manifestaciones para discernir cuál es la pulsión sexual eficaz es prioritario, y el de la defensa corresponde a un paso ulterior. Entre las defensas, solo consideraremos aquí las dominantes: represión, desmentida, desestimación de la realidad y de la instancia paterna, desestimación del afecto. Todas ellas pueden ser normales (funcionales) o patógenas. En este último caso son determinantes de la producción de ciertas estructuras clínicas: neurosis de transferencia (represión), caracteropatías narcisistas (desmentida), psicosis (desestimación de la realidad y de la instancia paterna), afecciones tóxicas y/o traumáticas (desestimación del afecto). Además, ya mencionamos que prestamos atención al hecho de que determinadas erogeneidades se imbrican con defensas específicas, normales o patógenas, que son, con las manifestaciones verbales, otro de los testimonios en el yo de dicha exigencia pulsional. La represión se imbrica con las erogeneidades sádico anal secundaria, fálico uretral y fálico genital, la desmentida y la desestimación de la realidad y de la instancia paterna, con las erogeneidades oral primaria, sádico oral secundaria y sádico anal primaria, y la libido intrasomática, con la desestimación del afecto.
Así, pues, los interrogantes sobre las erogeneidades y las defensas puede acotarse al contar con un repertorio de pulsiones sexuales y de mecanismos, cuyas combinatorias permiten diferenciar entre las estructuras clínicas. Por ejemplo, la combinatoria entre erogeneidad oral primaria y desestimación patógena de la realidad y de la instancia paterna es inherente a la esquizofrenia, la juntura entre erogeneidad sádico anal primaria y desmentida patógena es característica de las caracteropatías trasgresoras, paranoides, y la imbricación entre erotismo fálico genital y represión patógena es propia de las histerias de conversión.
Claro que estas hipótesis corresponden al nivel de lo universal (erogeneidades, defensas) o al de lo general (estructuras clínicas). En cuanto al nivel de lo particular (un caso clínico), la situación es más compleja, ya que en las manifestaciones advertimos la copresencia de varias erogeneidades y defensas eficaces.

El lenguaje como testimonio de la erogeneidad

Pasemos ahora a considerar cuestiones más específicas, relacionadas con el modo en que la erogeneidad se expresa en el lenguaje. Al respecto al comienzo hemos considerado sobre todo dos niveles de análisis, aunque luego mencionaremos otros dos. Por un lado, estudiamos las redes de palabras, por otro, las secuencias narrativas, unas y otras como testimonio de determinada erogeneidad. Las redes de palabras incluyen verbos, sustantivos, adjetivos y adverbios. Verbos como deber, tener, controlar, limpiar, ritualizar y muchos más, son inherentes al lenguaje del erotismo sádico anal secundario. Verbos como poder, atreverse, arriesgarse, temer, avecinarse, profundizar, tocar, intentar, evitar y muchos otros corresponden al lenguaje del erotismo fálico uretral. Del mismo modo podríamos mencionar palabras inherentes a los otros lenguajes del erotismo. A partir de estos interrogantes construimos siete archivos (uno por cada lenguaje del erotismo) que en total reúnen algo más de 800.000 palabras, correspondientes a alrededor de 10.000 raíces diferentes. Algunas palabras son testimonio de más de un lenguaje del erotismo (pensar, por ejemplo, pertenece sobre todo a dos: oral primario y sádico anal secundario). Las que pertenecen a más de tres (como ver, por ejemplo) han sido eliminadas de los archivos, ya que no permiten sentar diferencias. La polivalencia semántica de muchas palabras queda acotada cuando se toma en consideración la red de verbos, sustantivos, adjetivos y adverbios, inherente a alguno de los lenguajes del erotismo en que un término se inserta. Además, en el discurso de un paciente algunas palabras pertenecen a más de una de las redes y por consiguiente son testimonio de más de uno de sus lenguajes del erotismo. Se trata de palabras-encrucijada, en las cuales se conjugan dos lenguajes del erotismo.
Ahora bien, resulta canónico el hecho de que en un mismo discurso coexistan redes de palabras correspondientes a varios lenguajes del erotismo, lo cual conduce a interrogarse por las relaciones entre ellas: subordinación, refuerzo, complementariedad. La pregunta por la prevalencia de alguno de tales lenguajes sobre los otros resulta central, y para responderla disponemos de dos criterios: estadístico y lógico. El primero implica sostener que es prevalente el lenguaje del erotismo de aparición más frecuente en el discurso; el segundo, en cambio, presupone que el más importante es el que permite ordenar con mayor coherencia el conjunto. Para detectar la prevalencia lógica resulta orientador prestar atención al final de una sesión o de un relato. A veces ambos criterios, estadístico y lógico, coinciden; cuando ello no ocurre propongo dar prioridad al segundo. Con ello el método aquí expuesto se evidencia como más fuertemente cualitativo que cuantitativo, sin por ello desdeñar este último aspecto.
Consideremos ahora la cuestión de las secuencias narrativas. La estructura global de las narraciones incluye cinco escenas. Dos de ellas constituyen estados; las otras tres, transformaciones. La narración contiene un estado inicial de equilibrio inestable, quebrado por una primera trasformación, correspondiente al despertar del deseo, luego por una segunda, inherente a la tentativa de consumarlo, y por una tercera, que incluye las consecuencias de dicha tentativa. De allí se pasa al estado final. Así, pues, dos estados (uno inicial y otro final) y tres trasformaciones constituyen la matriz de las secuencias narrativas. En los hechos podemos hallar supresiones (narraciones solo del estado final, o de la escena en que el deseo despierta), redundancias, permutaciones, condensaciones. Esta estructura formal adquiere cualificaciones específicas para cada lenguaje del erotismo, lo cual implica que los actantes (clases de personajes), los afectos, las acciones, el ideal, la representación-grupo, la concepción témporo-espacial, tienen un alto grado de especificidad.
Consideremos ahora solo un ejemplo, el de las narraciones propias del lenguaje del erotismo fálico uretral. Hemos dicho (----) reiteradamente que el estado inicial se presenta como rutina. Esta se da en un ámbito cerrado, dominado por un líder que a menudo tiene el sexo opuesto al del sujeto. En dicho espacio, un conjunto de personajes del mismo sexo del sujeto realiza alardes competitivos y exhibicionistas de su potencia (sexual, intelectual, muscular, económica). Estos personajes solo mantienen con el mundo extra-grupo relaciones superficiales y fugaces, carentes de compromiso, y procuran conservar o aumentar su apariencia y conservar una ilusión de que el tiempo no pasa y de que es posible eludir la vejez y la muerte. El despertar de un deseo ambicioso se presenta como emergencia azarosa y sorpresiva de un objeto atractivo y enigmático que convoca al sujeto a deponer su refugio en las apariencias, en las imágenes, y a comprometerse en el acercamiento a dicho objeto y la profundización en su interior. El objeto pertenece a un grupo ajeno y hostil al del sujeto, respecto del cual existe una doble prohibición, de acercamiento y sobre todo de ingreso en su seno. La tentativa de consumación del deseo se presenta como el encuentro entre dos que poseen una diferencia de potencial, por lo cual uno termina calcinado, contagiado o herido por el otro. La escena implica que el sujeto ingresa en las profundidades del objeto de deseo y entonces devela el enigma: el objeto está marcado por un modelo hostil, es fiel a un personaje con el cual el sujeto no puede rivalizar. En efecto, dicho personaje posee dos atributos que lo hacen inaccesible a la competencia: es un genitor (está en el origen del objeto de deseo) y está perdido, a menudo muerto, y por lo tanto se vuelve el mensajero del fin de la vida del sujeto en un futuro más o menos lejano. Las consecuencias de la tentativa de consumar el deseo están figuradas como los efectos de un discernimiento que constituye una injuria para el narcisismo, es decir, que en lo profundo del objeto se halla la marca paterna. Una respuesta del sujeto puede consistir en un rebajamiento de la función paterna (construida en el objeto de deseo) a la categoría de un rival con el cual es necesario mantener una competencia sin fin. Otra alternativa consiste en quedar contagiado o herido, con una vivencia de zozobra, pesimismo y fragilidad ante el destino, y con un sentimiento de impotencia que conduce a buscar refugio y consuelo en la rutina. También puede ocurrir que el discernimiento antedicho sea tomado como un proceso iniciático que conduce a que el relator se convierta en un aventurero que, en lugar de evitar las situaciones ansiógenas, procura encarar los enigmas implicados en la angustia, mantener los interrogantes abiertos y sostener con dignidad el compromiso subjetivo. El estado final puede presentarse de dos modos: como un cierre del tipo de la rutina o como una apertura, en la cual es posible la dimensión del futuro y la exterioridad por donde avanzar. En el final cerrado (versión disfórica), a su vez, la rutina en ocasiones queda disfrazada como hipertrofia de la competencia.
El siguiente cuadro presenta una versión sintética (y muy empobrecida) del conjunto de las escenas que aparecen en las secuencias narrativas propias de los diferentes lenguajes del erotismo.

Esquema de las escenas inherentes a las secuencias narrativas de cada lenguaje del erotismo
EROTISMO FALICO GENITAL FALICO URETRAL ANAL SECUNDARIO ANAL PRIMARIO ORAL SECUNDARIO ORAL PRIMARIO LIBIDO INTRASOMATICA
Estado inicial Armonía estética Rutina Orden jerárquico Equilibrio jurídico natural Paraíso Paz cognitiva Equilibrio de tensiones
Primera trasformación: despertar del deseo Deseo de completud estética Deseo ambicioso Deseo de dominar y espiar a un objeto Deseo justiciero Tentación. Expiación Deseo cognitivo abstracto Deseo especulatorio
Segunda trasformación: tentativa de consumar el deseo Recepción de un don-regalo. Encuentro con una marca paterna en el fondo del objeto Discernimiento de que el objeto es fiel a sujetos corruptos Venganza Pecado Reparación Acceso a una verdad Ganancia de goce por la intrusión orgánica
Tercera trasformación: consecuenciasde la tentativa de consumar el deseo Embarazo Desorganización estética Desafío aventurero Desafío rutinario Reconocimiento por su virtud Condena social y expulsión moral Consagración y reconocimiento del liderazgo Impotencia motriz, encierro y humillación Perdón y reconocimiento amoroso Expulsión del paraíso Reconocimiento de la genialidad Pérdida de lucidez, de esencia, para el goce cognitivo ajeno Euforia orgánica Astenia
Estado final Armonía compartida Sentimiento duradero de asquerosidad Aventura Rutina pesimista Paz moral Tormento moral Evocación del pasado heroico

Retorno a la paz natural

Resentimiento duradero
Recuperación del paraíso

Valle de lágrimas
Goce en la revelación

Pérdida de la esencia
Equilibrio de tensiones sin pérdida de energía

Tensión o astenia duradera

Se notará que en algunas ocasiones consignamos sistemáticamente dos versiones en las secuencias narrativas, una eufórica y la otra disfórica, mientras que en otros casos solo mencionamos una sola de ambas alternativas.
En el nivel de las secuencias narrativas hallamos los mismos problemas metodológicos ya consignados: en un discurso coexisten escenas que son testimonio de diferentes lenguajes del erotismo. También disponemos, por lo tanto, de dos criterios, estadístico y lógico, para decidir sobre cuestiones de prevalencias y subordinancias relativas, y cuando se dan contradicciones entre ambos preferimos el mencionado en último término. Para ello prestamos atención al final de una sesión o de un relato, y en particular al afecto dominante, sobre todo a los de carácter disfórico (asco, humillación, pesimismo, por ejemplo). A veces el afecto queda explícitamente mencionado por el paciente, pero en otras ocasiones es necesario inferirlo a partir del relato (por ejemplo, el paciente puede decir que siente como si hubiera debido doblegarse ante un personaje poderoso e injusto, aunque no mencione la humillación, o puede aludir a una situación en que, al contemplar semidesnuda a su novia, le olió su mal aliento y tuvo arcadas, aunque no haga referencias explícitas al asco).
Hasta aquí nos hemos referido a las redes de palabras y a las secuencias narrativas. Otros dos niveles de análisis posibles requieren aún nuestra atención: el de los componentes fonológicos y el de las frases. Hasta ahora nos ha resultado difícil realizar una sistematización en el terreno de las líneas melódicas, que suelen manifestar los estados afectivos. El tipo de análisis posee el mismo carácter que otros estudios realizados en torno de las expresiones faciales y sus mínimas variaciones, los cuales se hallan bastante avanzados en EE.UU. y Europa. En cuanto a las líneas melódicas, distinguimos al menos cinco áreas de análisis: timbre, altura, intensidad, ritmo y extensión, aunque, como ya lo indicamos, no disponemos aún de un repertorio establecido, como lo contamos respecto de las redes de palabras y las secuencias narrativas, pese a que hemos adelantado ya algunas precisiones (----).
Respecto de las estructuras-frase, hemos alcanzado un grado mayor de sistematización en cuanto a los lenguajes del erotismo. En el lenguaje del erotismo fálico genital encontramos diversas estructuras-frase: el elogio, la dramatización, la promesa, la comparación tipo “tan…. como”, que alude a tamaños o atractivos estéticos, la invitación, la pregunta tipo cómo, la exclamación que incluye un qué más un adjetivo (“qué horrible”), la relación causal en términos de “tan“ más adjetivo más ”que”, o “tal” más sustantivo más “que”, la frase exclamativa que empieza con “qué” más adjetivo o sustantivo. En el lenguaje del erotismo fálico uretral incluimos los refranes, los dichos populares, las frases interrumpidas, el chismorreo, las preguntas tipo dónde (de localización espacial), los presagios. En cuanto al lenguaje del erotismo sádico anal secundario, lo expresan estructuras-frase como las sentencias, los imperativos condicionales, los juramentos, las máximas y los proverbios, la presentación de alternativas: o… o…, sea… sea…, la deducción o inferencia concreta, la comparación entre rasgos, el enlace causal en términos de “porque”, las objeciones, las frases adversativas, los juicios críticos, los rezos, la descripción de la posición en el marco de un orden o una jerarquía social, las citas, la estructura “no… porque…”, la estructura “si… entonces”, fórmulas como “o sea” y “es decir”, las frases denigratorias, desvalorizantes del objeto.
Respeto del lenguaje del erotismo sádico anal primario, podemos mencionar las injurias, las denuncias, las delaciones, las confesiones de hechos reñidos con la ley o la moral, las provocaciones, las tergiversaciones, las acusaciones, las calumnias, las órdenes, las amenazas. El lenguaje del erotismo sádico oral secundario se expresa en estructuras-frase de lamento, de queja, de rezongo, de imploración, de reproche, la fórmula “yo hubiera podido ser… pero”, la fórmula “si yo hubiera tenido… hubiera sido… pero…”, las referencias a estados afectivos (“siento…” o “estoy triste”) o, más globalmente, a estados (“estoy pensando”). El lenguaje del erotismo oral primario se evidencia en estructuras-frase de deducción o inferencia abstracta, las oraciones en clave, el pensamiento metafísico. Por fin, el lenguaje del erotismo intrasomático se manifiesta en estructuras-frase ligadas a las cuentas, a la catarsis, a las banalidades, a la adulación.
Vale la pena diferenciar, al menos, entre juramentos y frases de promesa, tal como los describimos en otras oportunidades (----). El juramento se organiza en una frase cuyo sujeto se compromete ante otro a ejecutar determinado acto, el cual implica una difícil renuncia a un placer; en consecuencia se declara deudor ante un presunto acreedor, a quien se dirige la frase. El destinatario del juramento, como testigo, difiere del destinatario inmediato de la entrega, de aquello de lo cual el sujeto se obliga a desprenderse. El destinatario del juramento, objeto indirecto de la frase, queda pues revestido de un poder superior, y de él el yo espera un reconocimiento en la medida en que exprese su compromiso y se declare en posición de deudor. Lo estructurante no es tanto una frase y un acto que cancelen la deuda, sino aquellos que la crean, aunque el anhelo (imposible de consumar) sería cumplir con la palabra dada, de modo que coincida con la cosa. El poder del destinatario reside en que es un genio, es decir alguien en quien se desarrolla un saber creado por sus propios actos. En el objeto indirecto de la frase de promesa, saber y hacer coinciden. Pero el juramento tiene un verbo acompañante, de la gama del ceder o entregar, y este otro verbo tiene a su vez un objeto indirecto, que corresponde al destinatario de la donación, de la ofrenda. Este otro objeto indirecto, presunto receptor del don, tiene ciertos atributos (adjetivos) que se distinguen nítidamente de los que posee el sujeto de la frase: ignorancia, degradación, desorden, suciedad, a veces disfrazados por la magnificación de encantos y atractivos estéticos.
El sujeto del juramento se acompaña de una serie de adjetivos que caracterizan una postura en que resaltan la pulcritud y el respeto de la palabra dada, en contraste con uno de los acreedores, el del verbo referido a la entrega, y alineado en cambio con el otro destinatario, el del juramento, ante el cual se decreta en deuda. En cuanto a la naturaleza de lo que se obliga a entregar, constituido por el objeto directo del verbo referido al acto de donación, es un supuesto bien objetivo, en última instancia un nombre, un apellido, una identificación. Eso que quien jura espera recibir del destinatario del juramento se obliga a darlo al destinatario de la donación. Paradójicamente quien jura se decreta deudor de aquello de lo que no dispone para saldar su compromiso, y que anhela recibir de un genio.
Quedan por considerar los adverbios (las circunstancias témporo-espaciales o los modos de acción). Se contraponen el terreno de lo sagrado (propio del destinatario del juramento) con el de lo profano (habitado por el destinatario de la donación), siendo el sujeto que jura el punto de articulación entre ambos. Además, el juramento se realiza en un ámbito social, en que aparecen testigos (no destinatarios) de la frase. En cuanto al tiempo, el juramento compromete un futuro para el sujeto de la frase, desarrollada por otro lado a la manera de una ceremonia. Estas consideraciones se refieren, hasta aquí, a la estructura de la frase, a lo cual podemos agregar un análisis del acto de la enunciación. En efecto, el juramento es proferido por un sujeto animado de pensamientos que él mismo condena por su carácter cruel y sucio, y el acto de compromiso publico constituye una tentativa de preservarse del juicio condenatorio contra estas ideas que le despiertan culpa y goce.
En cuanto a la frase de promesa, está organizada en torno de una dupla de verbos, uno modal, conjugado, y el otro, aparentemente central, en infinitivo: “prometo dar”, por ejemplo. El verbo modal (en este caso prometer, y en el analizado antes, jurar) expresa la posición yoica ante el acto nominado con el verbo en infinitivo. En la frase de promesa el verbo modal anticipa una consumación, como si no hubiera distancia entre el decir y la entrega efectiva del don. Lo prometido es, en efecto, un regalo, un don, sin por ello exigir retribución alguna. En cuanto al don, a la ofrenda prometida, tiene una estructura compuesta por un núcleo y sus atributos. Entre ellos se da un contraste semántico y lógico. Los atributos tienden a magnificar el valor del núcleo. Este, por su parte, se revela como un soporte decepcionante de lo que los atributos anticipan. Podríamos asemejar la situación a la de un regalo presentado con un envoltorio atractivo, pero cuyo contenido consiste en un objeto poco interesante o valioso. En suma, el regalo prometido es imposible de dar, y cuando sobreviene la constatación de esta diferencia entre núcleo y atributos del objeto, surge, como alternativa, una nueva frase de promesa. Advertimos entonces que lo esencial son estos magnificadores, los adjetivos que adornan de atributos a un núcleo, a un sustantivo que designa lo regalado. A su vez, lo que se promete regalar también tiene el valor de un atributo (una joya, una mujer, una flor, un poema, un sueño, un secreto a voces) que adornará el núcleo de un destinatario. Con ello queremos decir que los calificativos, los atributos, son lo esencial del regalo mismo. Se nos abre así el camino a la consideración del sujeto de la frase, el cual posee la misma estructura del objeto que se promete regalar. Ello implica que el núcleo del sujeto, como el del objeto, está constituido sobre todo por los adjetivos, y falta en cambio un sustantivo que haga de sostén, de soporte al cúmulo de adornos, de atributos que lo rodean. Así, pues, la frase de promesa parece ser la acción central del sujeto, más que la presunta consumación del acto correspondiente.
En cuanto al destinatario de la frase de promesa, se lo supone poseedor de un bien, que puede o no otorgar. La promesa de dar constituye, como escena de seducción, una solicitación al destinatario para que entregue aquello que el sujeto dice que va a ofrendar. El espacio de la frase de promesa (expresado en los adverbios) se caracteriza por incluir un centro, constituido por el destinatario, en torno del cual se ordenan círculos concéntricos que diferencian las jerarquías según sea mayor o menor la distancia respecto del poder irradiado desde el núcleo. Pero el acto de prometer y el creciente interés que despierta en el destinatario, va generando en torno del sujeto de dicha frase otro círculo similar. Quien ocupa el centro se refleja, en cuanto a su coherencia estética, en el resto, que le hace de doble. Cuando el destinatario es un hombre, la joven lo supone poseedor de un poder sobre las mujeres entre las cuales distribuye sus favores, con una lógica particular: de todas y de ninguna, y de a una por vez. En consecuencia, el destinatario tiene una relación consigo mismo, vía su imagen estética, y otra con los demás, a quienes propaga, por el camino de la identificación, su propio embeleso. El espacio en cuestión también incluye diferencias posicionales en cuanto a la altura. Habitualmente, los personajes centrales se ordenan en torno de los lugares más altos y destacados, y forma parte de la escena de la promesa el progresivo ascenso del sujeto que promete, o el descenso del destinatario de la promesa, que se pone a su par. En cuanto a quien promete, opera con una doble espacialidad, con la distribución de una doble distancia, que duplica la del destinatario: íntima y pública. Promete en público como si se tratara de un vínculo íntimo. Esta doble distancia, como la del susurro en público ante un micrófono, forma parte esencial de la tensión interna de la escena de promesa. Constituye el complemento de la tensión temporal antes descripta, en que se anticipa una consumación en el momento en que verdaderamente se despliega lo esencial, el acto de prometer. Esta tensión temporal se une a otra, ya que con este despliegue se intenta hacer coincidir un momento de plenitud con la duración permanente. De hecho, el momento de plenitud coincide con el acto mismo de prometer, y es esto lo que se pretende mantener de modo duradero.
Como se advierte, la consideración de este nivel de análisis, el de las estructuras-frase, presenta a su vez numerosos problemas concernientes al deslinde y la diferenciación, y también en cuanto a las correlaciones con el nivel de las redes de palabras y los componentes fonológicos. En efecto, el verbo “jurar” puede corresponder a una frase de promesa (“te juro que te voy a contar una historia interesante”), y no necesariamente a un juramento, como hubiéramos esperado. Con ello queremos decir que en ocasiones se dan contradicciones entre los resultados de los estudios en uno y otro nivel de análisis, lo cual conduce al interrogante acerca de cómo se dirime el conflicto así creado. En principio, es conveniente verificar primero en qué redes de signos se presenta, en un discurso concreto, determinada palabra, que parece entrar en conflicto con el nivel de la estructura-frase. En efecto, puede ocurrir que esa palabra (jurar, por ejemplo) se compagine con asco, agigantar, engrandecer, enaltecer, embellecer y otras que corresponden al lenguaje del erotismo fálico genital. En tal caso, el conflicto entre ambos niveles de análisis resulta inexistente, ya que las redes de palabras y la estructura-frase corresponden al mismo lenguaje del erotismo, el fálico genital. Cuando el conflicto se mantiene, entonces sugiero dar preeminencia al nivel de la estructura-frase por sobre el de las redes de palabras, aunque resulta más pertinente buscar una solución que le dé su parte a los varios lenguajes del erotismo captados en la investigación de un discurso concreto.
Estos diferentes niveles (fonológico, redes de palabras, estructuras-frase, secuencias narrativas) se articulan entre sí, y pueden darse coincidencias o conflictos entre ellos. Cuando no se dan coincidencias, proponemos dar prevalencia al nivel de las secuencias narrativas como organizador del conjunto, con lo cual seguimos la orientación precedente en cuanto a destacar lo más abarcativo como dominante. También en este plano sugerimos que es más pertinente tratar de hallar soluciones más sofisticadas que permitan dar cuenta de la significatividad de los diferentes lenguajes del erotismo detectados en un discurso concreto.
Se habrá advertido que en estas tentativas de trasmitir un legado hemos tropezado con dificultades diversas, que procuramos resolver también de manera diferencial. Respecto de las redes de palabras, hemos construido un programa lexicométrico que permite recurrir a la computadora para detectar qué palabras de un texto corresponden a uno u otro de los lenguajes del erotismo, cuál es el lugar en el material analizado y cuántos términos testimonian una u otra erogeneidad, con el consecuente análisis estadístico. Este nivel de estudio (redes de palabras) es la parte del legado de la comunidad analítica más difícil de trasmitir, dada la amplitud del universo en cuestión, y por ello la memoria computacional nos ha resultado un instrumento eficaz. En cuanto a las estructuras-frase, el número se acota sensiblemente, y en consecuencia resulta mucho más fácil explicitar el correspondiente repertorio como testimonio de las diferentes erogeneidades. Algo mayor fue la dificultad que se nos presentó cuando nos vimos ante el problema de describir las secuencias narrativas de cada lenguaje del erotismo. En este punto, el cuadro sinóptico adjunto resulta una solución precaria, parcial, y por ello preferimos complementarla con la exposición detallada de las escenas, que en parte explicitamos en estas páginas, y que se describen más detenidamente en otros textos (----).


Dos ejemplos: secuencias narrativas en los lenguajes del erotismo sádico anal primario y fálico genital

Comencemos por considerar las secuencias narrativas propias del lenguaje del erotismo sádico anal primario (prevalente en las caracteropatías trasgresoras, desafiantes, y en las paranoias), que estudiamos también en otras oportunidades (----). El estado inicial tiene las características de un equilibrio jurídico natural, no arruinado por las tretas y arbitrariedades de las leyes culturales. Tal equilibrio natural a menudo reúne en armonía a hombres y bestias, y los abusos en cuanto al empleo del poder quedan neutralizados y castigados sin esfuerzo por el conjunto, y sobre todo por un héroe protagónico. El despertar del deseo vengativo surge a partir del padecimiento de una iniquidad injuriosa que despierta un irrefrenable afán de venganza. El héroe ha sido sorprendido, por su inmadurez, su inexperiencia, su ignorancia o su carencia de recursos, y ha pasado por muy intensos sentimientos de humillación y vergüenza. La tentativa de consumación del deseo se presenta como ejecución de actos vindicatorios violentos, que sobrevienen tras numerosas fintas preparatorias. En tales actos tienen importancia la sorpresa, la agilidad (física y mental), el conocimiento de las debilidades ajenas, las maniobras diversionistas. El sujeto, empeñado en la gesta heroica, aspira a aniquilar a un enemigo abusador e injusto, más poderoso. En el núcleo del relato se halla el momento en que logra doblegarlo y humillarlo. Igualmente, importan las prácticas homo o heterosexuales que constituyen otro modo de expresar el triunfo sobre el enemigo, de caer en las celadas que este le tiende, o de manifestar dónde se halla el propio talón de Aquiles (en la dependencia afectiva de un objeto vulnerable). Las consecuencias de la tentativa de consumación del deseo, en su vertiente disfórica, se presentan como humillación, encierro e impotencia motriz; en su vertiente eufórica prevalecen la consagración, el reconocimiento por parte de un modelo y de un grupo. A veces la situación se complejiza, cuando un héroe es derrotado en una gesta pero se trasforma en mártir o, a la inversa, un personaje triunfante en lo inmediato resulta condenado, vituperado y perseguido por las generaciones siguientes. El estado final a veces se presenta como retorno a un momento inicial de paz jurídica natural. En otras ocasiones la consumación de la venganza implica que el tiempo vuelve a trascurrir y el pasado heroico comienza a ser evocado, y con él se hace presente el llanto por los muertos. En otras ocasiones, en la vertiente disfórica, el sujeto queda sumido en un resentimiento duradero, trasmitido a lo largo de las generaciones.
Consideremos ahora las secuencias narrativas en el lenguaje del erotismo fálico genital, tal como las expusimos en otra oportunidad (----). En el lenguaje del erotismo fálico genital (que prevalece en las estructuras histéricas neuróticas, caracteropáticas y psicóticas), el estado inicial se presenta como un equilibrio centrado en la armonía estética, es decir, en la existencia de un centro embellecedor que irradia sus encantos hacia el conjunto. El sujeto opera como ayudante que aumenta el encanto del grupo, y recibe a cambio una irradiación de la belleza del núcleo. En el centro se encuentra una pareja en que una mujer hermosa y llena de poder recibe los dones de un hombre. En estas condiciones se mantiene también la armonía en el vínculo entre el relator y los otros integrantes del grupo, tenidos como rivales, ya que los celos y la envidia quedan morigerados por la imbricación en el conjunto.
El despertar del deseo de completamiento en la belleza se presenta como arruinamiento de la armonía estética, sobre todo por un desarreglo operado en el núcleo. En consecuencia, el embellecimiento de la mujer dominante se vuelve cada vez más resentido y envidioso, y se alcanza a costa del sujeto, quien pasa por momentos de pérdida de la totalización, asco y tristeza somnolienta y apaciguadora de la hostilidad del líder y el resto del grupo. Por fin, se hace presente un personaje cargado de atributos (caracterizados sobre todo por la potencia para reconocer al sujeto en sus reclamos y entregarle ciertos dones embellecedores). En el relator, el despertar del deseo de totalización estética por el encuentro con este personaje pleno de cualidades conduce a la tentativa de consumar su aspiración. Entonces el sujeto despliega una frase de promesa, centrada en despertar la ilusión de la entrega amorosa. Gracias al brillo quien promete pretende producir la convicción de una presencia en el lugar de lo faltante. La anterior fragmentación estética queda remplazada por esta tensión reclamante dirigida por el o la protagonista hacia el destinatario de la promesa, en el cual aspira a generar un estado de fascinación al espejar anticipatoriamente la consumación del deseo. En consecuencia, el sujeto de la enunciación de la frase se propone como un atributo de aquel a quien se ofrenda, y aspira a alcanzar así una unificación armónica de sus fragmentos.
La tentativa de consumación del deseo se presenta en el marco de un grupo heterogéneo que progresivamente se ordena en torno de un núcleo que le da coherencia. Este núcleo tiene un valor embellecedor, mientras que el resto se organiza alrededor en sectores más o menos cercanos, a menudo en círculos concéntricos. Entre el centro y las periferias se dan relaciones de ida y vuelta, de recíproca incitación embellecedora, hasta que se accede a una culminación estética del conjunto. Tiene importancia el destino de un personaje hostil que amenaza la armonía grupal, y que puede o no quedar integrado al resto. En el núcleo de la escena es esencial la relación de entrega-recepción de un don, de un regalo.
En las consecuencias de la tentativa de consumar el deseo prevalece una desorganización de la armonía del conjunto y una pérdida de la identificación con un personaje dominante, que entonces irrumpe sin freno. La vivencia puede ser de estallido, con lo cual las partes pierden su coherencia de conjunto. La versión disfórica también puede presentarse como el triunfo de una deformidad por ablandamiento o derretimiento, o como invaginación de una saliencia o un prolapso de la interioridad hacia afuera. En la vertiente eufórica puede presentarse la escena del embarazo como consecuencia de la entrega-recepción del don. Dicho embarazo opera como anticipación de una reunión embellecedora definitiva.
El desenlace (estado final) puede presentarse como una condición duradera de asco u horror y como un placer por exhibir la propia disarmonía y sembrar en los demás sentimientos de desagrado y de angustia estética. También puede manifestarse otro desenlace, también disfórico: el desarrollo de una belleza malvada y envidiosa, excluyente y poderosa, que sume a los demás, con su desprecio, en un permanente sentimiento de disarmonía y desproporción estética, y al mismo tiempo aumenta en los otros la fascinación ante los propios encantos solitarios. En cuanto a la vertiente eufórica, se presenta como una escena en la cual se evidencia la conservación de una armonía vincular feliz y duradera, plena de encantos compartidos. En dicha escena los personajes intervinientes integran un conjunto al cual aportan, de uno u otro modo, los elementos que potencian la armonía estética global.
En un relato específico puede presentarse la totalidad de una secuencia narrativa, una de ellas o solo un segmento de alguna, como podría ser la situación en que el destinatario de la frase de promesa seduce a otras mujeres, antes (o después) de que la protagonista pretenda atraer su atención. Otra escena posible es la de una protagonista que se va apropiando de ciertos encantos con los cuales atraer la atención del destinatario de la frase de promesa. Con ello queremos decir que la presentación recién expuesta no es exhaustiva y que el repertorio de los fragmentos de escenas que pueden formar parte de un relato más amplio es difícilmente abarcable en cuanto a la totalidad de sus detalles.

El lenguaje como testimonio de la defensa

Hasta este punto consideramos solo uno de los dos interrogantes con que nos dirigimos a las manifestaciones clínicas, el esencial: cuáles son los testimonios de una erogeneidad en el lenguaje. Nos queda por encarar el segundo interrogante, derivado: cuáles son los testimonios de las defensas, como destinos de pulsión, en ese mismo lenguaje. Un sector del interrogante queda respondido si tomamos en consideración que la defensa en sí misma es parte integrante del lenguaje de pulsión. Por lo tanto, si prevalece un lenguaje del erotismo como el oral primario, las defensas serán de la gama de la desestimación y/o de la desmentida, claro que sin que podamos esclarecer si se trata de defensas normales o patógenas. Las defensas tienden o bien a modificar una realidad no acorde a un deseo (sobre todo desmentida y desestimación), o bien a disfrazar el deseo mismo para amoldarse a una supuesta realidad (sobre todo represión). En el nivel del lenguaje estas diferentes modificaciones se expresan retóricamente. El discurso tiene una función básica: expresar el deseo, y otra que se le articula: ante un interlocutor. Por lo tanto, quien habla debe dar cabida en su decir a las mociones pulsionales y al mismo tiempo atenerse a ciertas normas consensuales que permiten hacer inteligible su discurso ante otros. Las trasformaciones retóricas pueden conducir o bien a desafiar las normas consensuales o bien a volver menos reconocible el propio deseo en la expresión verbal.
El libro de Freud (----) sobre el chiste constituye un enorme estudio de estos juegos retóricos, los cuales pueden ser definidos como trasgresiones regladas de las normas consensuales. Tales trasgresiones regladas constituyen transacciones entre las fuerzas en pugna en lo psíquico, entre el triunfo del deseo y el de la realidad. Las normas tragredibles pertenecen a seis grupos: fonémico, sintáctico, semántico, pragmático, lógico, orgánico, y la regla central exige que la versión incluida en el discurso respete la invariancia y que en consecuencia sea posible al interlocutor recuperar la forma originaria, como cuando decimos “las perlas de tu boca”, y podemos colegir la palabra “dientes”.
La defensa normal, funcional, permite operar estas trasformaciones retóricas como expresión de determinado lenguaje del erotismo. Así, por ejemplo, las trasgresiones regladas a las normas consensuales lógicas (los metalogismos) son inherentes al lenguaje del erotismo oral primario, como ocurre en “Las ruinas circulares”, de Borges: un mago debe soñar a un hijo e introducirlo en el mundo. Los diferentes lenguajes del erotismo se expresan pues retóricamente como consecuencia de la actividad de las defensas, funcionales o patógenas. El lenguaje del erotismo intrasomático se expresa en el plano retórico como trasgresión de las normas consensuales orgánicas, el oral primario, de las de tipo lógico, el sádico oral secundario, de las de tipo semántico, el sádico anal primario, de las de tipo pragmático, el sádico anal secundario, de las de tipo fonológico-sintáctico, y del mismo modo ocurre con los lenguajes del erotismo fálico uretral y fálico genital. La diferencia entre los tres mencionados en último término se presenta en cuanto al grado de sustracción fonológico-sintáctica correspondiente. Por ejemplo, en el lenguaje del erotismo fálico uretral las figuras retóricas pueden conducir a dejar una frase inconclusa, del tipo de “quien mal anda...” u “ojos que no ven...”, mientras que el lenguaje del erotismo sádico anal secundario se evidencia retóricamente como despliegue de siglas, más o menos reconocidas, es decir, como tendencia a la abreviatura (----).
La exposición precedente permite enlazar defensa y retórica, ambas como lenguajes de pulsión, la primera como determinante de la segunda, que se evidencia en las manifestaciones. Pero dicha exposición no permite esclarecer qué diferencias se dan, en el plano de las manifestaciones retóricas, cuando la defensa es normal y cuando es patógena. Al respecto distinguimos entre el juego retórico y la perturbación retórica, esta última como testimonio de la defensa patógena. Liberman (----) sostuvo que la patología se expresa como una perturbación o distorsión retórica específica (que para él era solo de tipo sintáctico, semántico o pragmático), aunque no especificó qué entendía con este término. Por nuestra parte, intentamos precisar en qué consiste una perturbación retórica como expresión de la defensa patógena: o bien en un cuestionamiento (si predomina la desmentida) o una abolición (si predomina la desestimación) de la norma consensual, o bien, a la inversa, en una desfiguración tal (si tiene hegemonía la represión) del deseo que resulta irreconocible en la manifestación. El cuestionamiento o la abolición de la norma consensual puede recaer sobre el nivel semántico, pragmático, lógico u orgánico, mientras que la desfiguración del deseo que lo vuelve irreconocible promueve como efecto perturbaciones fonológico-sintácticas, sobre todo por un exceso en los procesos sustractivos que imposibilitan la recuperación de la forma originaria.
Así pues, las defensas no patógenas se expresan como recursos retóricos logrados (en los chistes, por ejemplo), mientras que las defensas patógenas se manifiestan como perturbaciones retóricas. Tales recursos retóricos, logrados o perturbados, tienen un alto grado de especificidad, y pueden ser analizados en el terreno de las redes de palabras y en el de las estructuras-frase.
Hemos sostenido ya que en el nivel de las redes de palabras y de las estructuras-frase los procesos retóricos se caracterizan por constituir trasgresiones, exitosas o no, de las normas consensuales. Como tales normas pueden ser categorizadas, también pueden sistematizarse las defensas (funcionales o patógenas) que las alteran. Entonces podemos afirmar que la defensa patógena se presenta como una perturbación retórica que afecta a un sector definido de las normas consensuales. Tal perturbación retórica resulta un punto de convergencia de una erogeneidad y una defensa, ambas específicas. Por ejemplo, cuando la erogenidad sádico anal primaria se combina con una desestimación de la función paterna y de la realidad, se dan perturbaciones retóricas pragmáticas, y el paciente se supone entrampado en el doble vínculo. En cambio, cuando esta misma erogeneidad (sádico anal primaria) se combina con la desmentida, el paciente pretende entrampar de este mismo modo a otros, inclusive al analista. Un logro retórico en este lenguaje del erotismo (y no su perturbación) se presenta por ejemplo en el chiste relatado por Freud (1905c): Serenissimus se pasea por su reino y descubre a un súbdito muy parecido a él. Le pregunta si su madre trabajó en palacio y el súbdito le responde que ella no, pero sí su padre. En este chiste, el deseo de venganza y agravio se despliega como palabra-acto lograda.
Demos otro ejemplo. Ya dijimos que cuando el lenguaje del erotismo oral primario se articula con una desmentida funcional hallamos juegos retóricos lógicos, como en “Las ruinas circulares” de Borges. Tal juego implica operar retóricamente con una contradicción lógica, por lo cual, ante determinadas afirmaciones, quien las lee o las escucha afirma: no puede ser. En cambio, cuando este lenguaje del erotismo se combina con una desmentida patógena el interlocutor queda entrampado en la contradicción lógica, y cuando se combina con la desestimación quien resulta entrampado es el mismo sujeto que habla. Del mismo modo ocurre con respecto a los procesos retóricos orgánicos cuando el lenguaje del erotismo en juego es intrasomático, y con los procesos retóricos semánticos, cuando el lenguaje del erotismo en cuestión es sádico oral secundario.
En otros textos (----) hemos analizado y ejemplificado ampliamente estas múltiples alternativas, que ahora solo podemos mencionar sumariamente, ya que con lo aquí expuesto solo queda reseñado uno de los tres caminos para el análisis de la defensa, que concierne al nivel de las redes de palabras o de las estructuras-frase.
Consideremos ahora un segundo nivel de análisis, el del relato, en que es posible detectar la defensa, igualmente en términos retóricos. El nivel del relato es, como ya lo indicamos, también testimonio de la erogeneidad. En dicho nivel, la defensa, patógena o funcional, se expresa por la posición del narrador en la escena a la que alude. Por ejemplo, en el lenguaje del erotismo sádico oral secundario es frecuente la escena del sacrificio, que implica renunciar al egoísmo y entregar lo propio para luego reclamarlo como ajeno, según la frase acuñada por E. Grinspon. El destinatario del sacrificio suele ser un personaje inútil o uno codicioso y trasgresor, aunque es frecuente que el primero, desenmascarado, dé paso al segundo. En este lenguaje del erotismo el sacrificio se ubica en la línea de la tentativa de recuperar el paraíso, gracias a actos de expiación y reparación. Pues bien, cuando este lenguaje del erotismo se combina con una desmentida no patógena el sacrifico puede desplegarse como actividad filantrópica ordenada según criterios centrados en la resiliencia. En cambio, cuando este lenguaje del erotismo se combina con una desmentida patógena el narrador se coloca en la posición de quien se sacrifica por un inútil, y cuando se combina con la desestimación el relator se ubica como ese inútil que permite que otro se sacrifique a su costa. Cuando prevalece el lenguaje del erotismo sádico oral secundario (y lo mismo ocurre con el intrasomático, el oral primario o el sádico anal primario) es necesario tener en cuenta también cuál es el destino de un fragmento psíquico manifestado por otro tipo de lenguaje del erotismo (sádico anal secundario, fálico uretral, fálico genital). Si este ultimo queda al servicio del primero y el personaje que lo representa resulta engañado, maltratado o violentado, esto constituye otro indicio del carácter patógeno de la defensa en juego (----). En el lenguaje del erotismo sádico oral secundario, por ejemplo, una desmentida patógena puede acompañarse de la decisión de sacrificar las propias aspiraciones fálico genitales, expresadas también en el discurso del paciente.
En relación con los otros lenguajes del erotismo la defensa puede ser considerada del mismo modo en el nivel del relato. Encararemos, por ejemplo, lo que ocurre respecto de los relatos que expresan el lenguaje del erotismo fálico uretral. Consideremos una escena prototípica, como la de la rutina, tal como lo propusimos en otro libro (----). En las frecuentes reuniones entre amigos, en un espacio cerrado, puede aludirse a algún personaje que se atreve a desafiar los peligros exteriores, pese a su angustia, la malevolencia del grupo de pares y las profecías de un augur poderoso, dominante en el territorio. Sin embargo, dicho personaje se detiene cuando se halla ante la necesidad de decidir si avanza por un territorio inexplorado, atractivo pero enigmático. En cambio, su hermano, que ha acompañado sus pasos, avanza pese a sentir temor y se interna en dicho espacio. Otro, que pretende emularlo, desarrolla en realidad una oscilación entre una hipertrofia competitiva solitaria y un retorno a la rutina, y en un cuarto, por fin, se incrementan hasta tal punto los rasgos timoratos que solo atina a encerrarse en su cuarto, donde lee con insistencia libros de viajes aventureros, con los cuales trata de recuperarse de la angustia que le despiertan imágenes que lo asaltan (que poseen un alto grado de realismo), en las cuales aparecen accidentes, casas en llamas y sobre todo cuerpos heridos, sangrantes.
Aquellos que se ubican en la posición de quienes se apegan o bien a la rutina o bien a una hipertrofia competitiva solitaria ponen en evidencia una prevalencia de la desmentida (secundaria) y de las identificaciones propias de las caracteropatías fóbicas y contrafóbicas. Aquellos que se detienen en el avance hacia el territorio en el cual desean penetrar, manifiestan la eficacia de la represión del deseo ambicioso, mientras que en quien halla el modo de avanzar pese a la angustia se advierten los efectos de defensas no patógenas, que dan cabida a la hostilidad sin que se vuelva desestructurante de un proyecto ambicioso. También es notable la figura del personaje que hace de acompañante de quien tiene la iniciativa. Dicho personaje expresa una identificación con la posición ambiciosa ajena. Igualmente, importa el personaje que aparece ocupando el lugar de quien vaticina, en el cual pueden desarrollarse la desmentida para sostener la propia omnipotencia (complemento del mantenimiento en la rutina) e inclusive la desestimación, en cuyo caso emergen profecías que se presentan como visiones aterradoras.
Otro modo de inferir la defensa dominante cuando prevalece el lenguaje del erotismo fálico uretral consiste en prestar atención a la sintaxis del relato. Este posee, según ya lo consignamos, una secuencia canónica, cuyos pasos se caracterizan por el creciente compromiso del protagonista: 1) rutina, 2) despertar de un deseo ambicioso y angustiante, 3) penetración en un terreno vedado y develamiento del enigma: encuentro con la marca paterna ajena -y propia-, representante del propio destino mortal, 4) reconocerse marcado por un origen simbólico, 5) apertura a un tiempo y un espacio abiertos. Mantenerse en la rutina o negarse a admitir la marca de un padre muerto y competir en cambio con él como si fuera solo un rival, corresponden a desenlaces propios de las caracteropatías: respectivamente, fóbica y contrafóbica. Reconocer el propio deseo y no atreverse a avanzar hacia (o en) un territorio vedado son propios de las histerias de angustia, mientras que el reconocimiento de la marca paterna abre el camino a los desenlaces no patógenos. El grado extremo de la inhibición rutinaria (ver imágenes alucinatorias aterradoras) es propio de las psicosis fóbicas.
Retomemos ahora la exposición global. Los criterios para el análisis de la defensa encarados hasta este punto son de tipo retórico, y abarcan al menos los niveles de las redes de palabras, las estructuras-frase y las secuencias narrativas. En esta ocasión solo presentamos la argumentación general, y no tanto el repertorio completo de las alternativas, que expusimos en otras ocasiones (----). También en relación con los estudios de la defensa es posible advertir la coexistencia entre varias de ellas presentes en la manifestación, y en consecuencia recurrimos a los criterios estadístico y lógico para dirimir prevalencias y subordinaciones relativas. Igualmente, también en esta oportunidad supeditamos el criterio estadístico al lógico, si hay contradicciones entre los resultados arrojados por uno y otro tipo de análisis. Igualmente, damos mayor importancia a los resultados que vienen de los estudios en el nivel del relato que a los obtenidos en el nivel de las redes de palabras y las estructuras-frases.
Pero antes hemos aludido a un tercer modelo de análisis de la defensa (o más bien de su cambio). Este tipo de análisis posee un orden diferente, ya que parte del principio de que a cada lenguaje del erotismo lo acompaña una defensa específica, o más bien un grupo de ellas. Entonces un cambio en la defensa puede presentarse en la manifestación como sustitución (parcial o total) de un lenguaje del erotismo por otro. Sin embargo, cabe preguntarse por el criterio que conduce a afirmar que determinada sustitución de un lenguaje del erotismo por otro es expresión de un cambio positivo en la defensa. Al respecto nos parecen esclarecedoras las sugerencias de Liberman (----), quien afirmaba que para cada lenguaje del erotismo (él usaba, según ya lo indicamos, el término estilo) del paciente existe un complemento óptimo en el lenguaje del terapeuta, que opera al servicio del cambio positivo en la defensa. Cuando dicho lenguaje del erotismo complementario comienza a desarrollarse también en el paciente como consecuencia del trabajo clínico del terapeuta, podemos considerar esta modificación como indicio de un cambio positivo en la defensa. Liberman sostenía que para los lenguajes del erotismo fálico uretral y fálico genital el complemento óptimo es el oral primario y que para este último lo es el fálico genital. El complemento óptimo de los lenguajes del erotismo sádico oral secundario y sádico anal primario es el sádico anal secundario, mientras que para este último el complemento óptimo lo es el sádico anal primario. Por fin, para el lenguaje del erotismo intrasomático, el complemento óptimo es el sádico oral secundario (esta última hipótesis ya no pertenece a Liberman, sino que es una propuesta nuestra, desarrollada hace poco tiempo). Liberman justificaba sus hipótesis sosteniendo, por ejemplo, que en el lenguaje del erotismo fálico genital son frecuentes unas dramatizaciones redundantes y proliferaciones sintácticas y semánticas carentes de síntesis, mientras que en el lenguaje del erotismo oral primario prevalecen la tendencia a la abstracción y la falta de compromiso en un despliegue de escenas. De tal modo, este último lenguaje del erotismo le aporta al primero su complemento óptimo, al conducir a detectar lo común en la redundancia, y con ello a sustituir una defensa patógena (represión), por otra, más benigna. Argumentaciones similares conducen a justificar las otras complementariedades, ya mencionadas, en cuanto a los lenguajes del erotismo.
Cabe agregar que en los hechos clínicos la situación es más compleja, ya que coexisten diferentes defensas, y consiguientemente es necesario pensar también en varios lenguajes del erotismo complementarios de los dominantes en un principio. Igualmente, puede ocurrir que los cambios evidenciados en el discurso sean testimonio de que las modificaciones en las defensas patógenas sean parciales: que abarquen, por ejemplo, solo a una de ellas, no dominante, y que dejen intacto el núcleo del sistema. A ello podemos agregar otro problema. ¿Qué ocurriría, en efecto, si una paciente que comienza teniendo prácticas extramatrimoniales ilusorias y al mismo tiempo vengativas (en lo cual se expresa una combinatoria entre los lenguajes del erotismo fálico genital y sádico anal primario) pasa luego a desarrollar rituales y ceremoniales fallidos (como expresión del lenguaje del erotismo sádico anal secundario) para tratar de controlar infructuosamente a las naves de entes extraterrestres, generados por una computadora cósmica, que terminan adueñándose de su cerebro y la toman como objeto de experimentación (como expresión del lenguaje del erotismo oral primario)? Se presentan en esta situación cuatro lenguajes del erotismo (oral primario, sádico anal primario, sádico anal secundario, fálico genital), y se dan cambios en cuanto a los lenguajes del erotismo prevalentes (desde el sádico anal primario y el fálico genital hasta el oral primario y el sádico anal secundario), pero no se da un cambio estructural positivo, una modificación en las defensas que permite encarar los conflictos sin desgarro yoico sino que, por el contrario, la fragmentación anímica se incrementa, y defensas patógenas como el aislamiento y la anulación (tan frecuentes cuando aparecen rituales y ceremoniales) fracasan y son relevados por la desestimación y el retorno de lo desestimado (intervinientes cuando predominan los delirios esquizofrénicos). Así, pues, no alcanza con afirmar que el cambio positivo en la defensa se expresa por la emergencia de otros lenguajes del erotismo. En principio, estos cambios siguen un criterio determinado, que describió Liberman, y en segundo lugar, aunque se den estos cambios específicos, a ello es conveniente agregar un segundo requisito: que los lenguajes del erotismo que aparecen prevaleciendo en lugar de los antes vigentes deben acompañarse, a su vez, de defensas no patógenas, sino funcionales. Además, cuando la hegemonía de un lenguaje del erotismo es remplazada por la de otro, pasa algo con el anteriormente prevalente: también allí se dan modificaciones en el nivel de la secuencia narrativa, ya que cambia la posición del relator en relación con la escena que describe, por ejemplo de la pasividad a la actividad.
Ahora bien, hasta este punto mencionamos dos modos de investigar en la defensa y sus cambios, ambos en el fondo propuestos por Liberman: uno centrado en análisis retóricos (en el nivel de las redes de palabras, de las estructuras-frase y de las secuencias narrativas) y el otro, en la sustitución de la prevalencia de un lenguaje del erotismo por la de otro (evidenciado igualmente en los diferentes niveles posibles de análisis). Es pertinente tratar de establecer nexos entre ambos modos de análisis. En los hechos clínicos hemos observado que en ocasiones el cambio en el defensa se expresa solo en el nivel retórico, mientras que en otras ocasiones se expresa también como emergencia de la prevalencia lógica de un lenguaje del erotismo complementario, hasta entonces inexistente o poco importante. No advertimos, en cambio, la alternativa faltante: la emergencia de un lenguaje del erotismo complementario del dominante, sin que ello vaya acompañado de modificaciones retóricas. La diferencia entre ambas alternativas consiste en que los cambios retóricos son menos persistentes que aquellos otros en que además emerge como poderoso un lenguaje del erotismo complementario del prevalente hasta entonces, como consecuencia de la introyección de las intervenciones clínicas. Podemos suponer entonces que la modificación de las defensas manifestada solo por el cambio retórico es menos consistente que la que se evidencia por la emergencia de un lenguaje del erotismo complementario del dominante. Reconsideremos ahora la cuestión de los cambios parciales en las defensas patógenas. En efecto, puede ocurrir que detectemos que un discurso concreto del paciente evidencie que alguna defensa ha cambiado en forma más consistente, mientras que otra solo se ha modificado de una manera más precaria, cuando el testimonio de esta modificación es solo de tipo retórico.


Un ejemplo: las defensas en las secuencias narrativas del lenguaje del erotismo fálico genital

Ya destacamos que, en el nivel del relato, la defensa queda testimoniada por la posición que en las escenas evidencia el sujeto que narra. En la clínica, el lenguaje del erotismo fálico genital tiene eficacia sobre todo en las histerias de conversión y en las caracteropatías y las psicosis histéricas. En las histerias de conversión, las defensas dominantes son la represión y la identificación. Esta última tiene gran importancia cuando retorna lo reprimido y emerge el síntoma. En las caracteropatías histéricas, a estas defensas se agregan las identificaciones con objetos decepcionantes y las desmentidas secundarias, mientras que en las psicosis histéricas a este conjunto se le agregan las desestimaciones de la realidad, sobre todo por culpa (----). Cabe preguntarse cuál es el modo en que se expresan estas defensas en el relato, sobre todo en relación con la posición del mismo narrador en el discurso que despliega. En otra ocasión hemos considerado (----) diferentes alternativas derivadas del hecho de que en el lenguaje del erotismo fálico genital una escena prototípica es la de producir una ensambladura estética, armónica entre elementos heterogéneos. Tal configuración queda amenazada en su armonía, o inclusive desarmada, por la acción de personajes hostiles, envidiosos, vengativos. Esta es la forma en que se plasma la relación conflictiva entre el erotismo dominante, fálico genital, y una pulsión parcial no fácil de incluir en el conjunto, el erotismo sádico anal primario. Pues bien, en el relato puede presentarse la escena de una configuración estética grupal lograda (en una fiesta, por ejemplo) en la cual hasta tiene cabida un personaje hostil que aporta algunos elementos disonantes que pasan a integrarse en el conjunto. El relator se ubica entonces como uno de los participantes que precisamente había estado preocupado por el éxito de la reunión, y había contribuido con sugerencias y acciones al bienestar del conjunto, de lo cual luego se congratula con agrado. En este relato el lenguaje del erotismo fálico genital va acompañado de una inhibición funcional del fragmento hostil.
Pero también puede ocurrir que la configuración estética se arruine; por ejemplo, que una paciente relate que en una fiesta, para la cual se había preparado esmeradamente, derramó por accidente un vaso de vino sobre su vestido blanco. Se sintió una idiota, opinión que mantiene mientras relata la escena. Cuando se la invita a relacionar lo ocurrido con otros sucesos, recuerda que un rato antes había visto a una mujer mayor, parecida a su suegra, con la misma expresión malhumorada, acusatoria y tensa. Su suegra siempre prefirió que el hijo (esposo de la paciente) se casara con una joven muy agraciada, que también estaba presente en la fiesta. La paciente pensaba a veces que ambos eran amantes. Había olvidado el episodio, y al recordarlo dice intuir un nexo entre este y su accidente, que no alcanza a captar. Este relato pone en evidencia el trabajo de la represión y de su fracaso, con el consiguiente retorno de lo sofocado.
Veamos ahora otras alternativas. Una paciente muy hermosa y egoísta utiliza a sus hijas como adornos embellecedores del conjunto en reuniones sociales, gracias a lo cual pretende disfrazar su origen vergonzante (por ejemplo, un padre humilde y una madre alcohólica). Pero alguna de sus hijas, ya púber, sabotea su proyecto y la calumnia en público, con lo cual pone en evidencia sus fallas. La joven ha sido instigada por una tía (hermana de la madre de la paciente), una mujer vengativa, estéril, solterona y notablemente fea, tanto como la hija que desata el escándalo. Quien en un relato se ubica en la posición de esta paciente, o en el lugar de su hija (incluso de la tía solterona), pone en evidencia tanto la eficacia de las identificaciones que generan rasgos de carácter cuanto la labor de una desmentida del origen y de la castración, así como la claudicación de las defensas y el retorno de lo sofocado. Ubicarse en tales lugares en un relato es propio de las caracteropatías histéricas.
Una nueva variante en el relato revela el aporte de otras defensas. Puede ocurrir, en efecto, que en el arruinamiento de una fiesta como el recién descrito, por la acción de una hija fea y envidiosa, las cosas lleguen a mayores, y el episodio acabe en una escena que tiene como protagonista a la madre y/o la hija, y que incluye gritos descontrolados, convulsiones que evocan las crisis epilépticas, visiones alucinatorias aterradoras y violentas. Si el sujeto que narra la escena se ubica en esta posición, pone en evidencia la eficacia de la desestimación (habitualmente por culpa), propia de las psicosis histéricas.
El lector advertirá inmediatamente que las alternativas hasta aquí descritas solo cubren sobre todo a una de las escenas, es decir la tercera de las antes consignadas al aludir al relato, la de la tentativa de consumación del deseo, pero no las otras cuatro. Aun más, tal vez ni siquiera la enumeración previa respecto de la escena tercera sea exhaustiva sino que resulta posible agregar otras variables. Por lo tanto, es pertinente extender esta sistematización sobre las defensas a las restantes escenas de un relato.


Hacia la clínica

Hemos intentado aportar hasta aquí recursos metodológicos para pensar los procesos psicoanalíticos, que se complementan con los desarrollos efectuados en otros textos (----), en los cuales intentamos precisar y desarrollar más detenidamente las características de cada lenguaje del erotismo y de cada defensa o conjunto de ellas. Es hora de acercarnos a los hechos clínicos, que son altamente particulares.
Los estudios que habremos de realizar tienen como eje el enfoque de las secuencias narrativas, y solo incluiremos los otros dos como complemento, y de un modo algo asistemático. Intentaremos detectar, a través del análisis de los relatos, las variaciones, a veces sutiles, en cuanto a las erogeneidades y las defensas eficaces. Respecto de la defensa, habremos de prestar atención a los criterios antes considerados: los procesos retóricos y las complementariedades entre los lenguajes del erotismo.
Estudiaremos cuatro casos en otros tantos capítulos. Los objetivos consisten en analizar las evoluciones clínicas y también en poner a prueba la confiabilidad del método empleado. Para alcanzar este segundo objetivo hemos optado por un camino expositivo que deseamos describir. Los cuatro casos han sido estudiados en trabajos presentados en el congreso de Fepal del 2000. Luego de enviados los trabajos al congreso, analizamos nuevos materiales aportados por los respectivos analistas y confrontamos las correspondientes conclusiones para detectar el grado de congruencia entre ellas, es decir, si disponíamos de alguna hipótesis que permitiera dar cuenta de las diferencias.
Los cuatro casos que presentamos (sucesivamente, Elena, Ana, Azucena, Ariela) tienen muchos elementos en común: sexo, lugar de residencia, edad, y, en el plano anímico, una estructuración caracteropática no psicótica. El lector advertirá que en el análisis de cada uno de los casos pusimos el acento en cuestiones metodológicas diversas, a las cuales nos habremos de referir también en el último capítulo del libro, que es otra vez de tipo teórico.